La Pandilla de
nuestros tiempos
Guillermo García
Machado
La pandilla es una
forma de habitar la ciudad adoptada por muchachos de la pobreza en el intento
de sortear los complejos desafíos que trajo consigo el siglo XXI. . La
condición que la define, tanto en Colombia como en México, es lo que se ha
llamado el tiempo paralelo, esto es, el tiempo de la agrupación pandillera es
uno distinto y al margen del tiempo social establecido. La metáfora del tiempo
paralelo enfatiza la fractura que establecen estos muchachos con las dinámicas
sociales que, aún en medio de la precariedad, continúan congregando al resto de
personas que les rodean. Como resultado la pandilla instaura una verdadera vida
al margen según lo revelan tres rasgos: la fractura con lo instituido; la
entrega al grupo y la adopción de las prácticas conflictivas; y el sentido del
respeto. A. Primer rasgo: ruptura con lo instituido Las historias de vida en
los dos países ponen en escena la fractura con las agencias institucionales.
Los pandilleros se desencuentran con la familia en medio de franco conflicto,
se retiran de la escuela a temprana edad, apenas si se ocupan de alguna
actividad productiva y toman distancia de todo aquello que signifique
participación en la cosa pública. Respecto a la familia, en primera instancia,
se desata un intenso conflicto. Pocos abandonan la casa, el hecho de que el
barrio sea núcleo de referencia se los impide. El conflicto familiar es
predecible. Las actividades propias de la pandilla, entre otras la ausencia de una ocupación socialmente
productiva, tarde o temprano genera fricciones que por lo general se
intensifican con el paso del tiempo. La educación, en segundo lugar, es la que
sufre mayor distanciamiento. La incapacidad de atraerlos se descubre toda vez
que la escuela congrega el 12% de los pandilleros colombianos y el 15% de los
mexicanos. Quienes se salieron lo hicieron bien rápido, la gran mayoría cuando
apenas habían completado la primaria. Si no se entregan a las ocupaciones educativas tampoco lo hacen
a las actividades laborales, en Colombia el 15% y en México el 23% se encuentra
trabajando. Cuando se ocupan lo hacen en actividades informales cuya
característica básica viene a ser la inestabilidad, el caso de un oficio
estable es excepcional. En los casos en que logran engancharse la precariedad
del trabajo y las bajas remuneraciones los expulsan con rapidez. La pobreza
ahorca, el universo ilegal está a la mano. Frente a la desocupación y el
conflicto familiar la esquina y el grupo se devoran a sus miembros, es el rasgo
preponderante. Unos pocos estudian y otros tantos más trabajan, mas la
generalidad viene a ser la pérdida de sentido tanto de la actividad escolar
como de la ocupación productiva. En consecuencia los entregados al grupo son
los más numerosos, en Colombia suman el 73% y en México el 62%. La familia, la
escuela y el trabajo son los espacios instituyentes donde las nuevas
generaciones arman nexo con los flujos de la vida social. En la trayectoria
vital del pandillero, sin embargo, las
tres esferas se encuentran lejos de su cometido. Sin embargo la ausencia de
escuela y oficio no convierte de manera automática en pandillero. . Junto a ese
rasgo se hace necesaria la entrega al grupo y la adopción de las prácticas
conflictivas de consumir droga, robar y violentar. En México y Colombia se
aprecia una misma evolución histórica. La pandilla contemporánea es distinta
del gesto pandillero que dominó ciertas expresiones urbanas hasta finales de
los años 70. La pandilla actual es heredera natural de la globalización,
ella se modifica al tenor de la
conversión de la criminalidad en estructura de mediación de la vida cotidiana del barrio popular. En México, en efecto, el gesto pandillero
viene de tiempo atrás, es el
comportamiento característico de grupos marginales urbanos. En los años 40, en
plena segunda guerra mundial, aparecen los famosos Pachucos. Por los mismos
años brotan expresiones urbanas del mismo corte. Las palomillas, el nombre que
por entonces asumen, hacen parte del paisaje natural de los barrios populares;
al igual que los pachucos se entregan a la vigilancia de un territorio, al
baile y las confrontaciones callejeras, aunque carecen de la fuerza de la
vestimenta. Tiempo después, hacia finales de los 70, esta vez bajo el nombre de
chavos banda, las agrupaciones de jóvenes en conflicto con la ley se ponen de
nuevo en el centro del interés público. La extensión de los combates produjo la
proliferación de las bandas, cada una asentada en su propio territorio
controlado. Los desplazamientos por la ciudad saqueando negocios y los atracos
a transeúntes se volvieron tema corriente de los testimonios. Sin embargo los
grupos actuales distan mucho de estas viejas experiencias: la criminalidad se
intensifica y, junto a dicho endurecimiento, se modifica la estructura misma de
la pandilla.
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