Thursday, August 30, 2012

La Pandilla de nuestros tiempos Guillermo García Machado


La Pandilla de nuestros tiempos
Guillermo García Machado
La pandilla es una forma de habitar la ciudad adoptada por muchachos de la pobreza en el intento de sortear los complejos desafíos que trajo consigo el siglo XXI. . La condición que la define, tanto en Colombia como en México, es lo que se ha llamado el tiempo paralelo, esto es, el tiempo de la agrupación pandillera es uno distinto y al margen del tiempo social establecido. La metáfora del tiempo paralelo enfatiza la fractura que establecen estos muchachos con las dinámicas sociales que, aún en medio de la precariedad, continúan congregando al resto de personas que les rodean. Como resultado la pandilla instaura una verdadera vida al margen según lo revelan tres rasgos: la fractura con lo instituido; la entrega al grupo y la adopción de las prácticas conflictivas; y el sentido del respeto. A. Primer rasgo: ruptura con lo instituido Las historias de vida en los dos países ponen en escena la fractura con las agencias institucionales. Los pandilleros se desencuentran con la familia en medio de franco conflicto, se retiran de la escuela a temprana edad, apenas si se ocupan de alguna actividad productiva y toman distancia de todo aquello que signifique participación en la cosa pública. Respecto a la familia, en primera instancia, se desata un intenso conflicto. Pocos abandonan la casa, el hecho de que el barrio sea núcleo de referencia se los impide. El conflicto familiar es predecible. Las actividades propias de la pandilla, entre otras la  ausencia de una ocupación socialmente productiva, tarde o temprano genera fricciones que por lo general se intensifican con el paso del tiempo. La educación, en segundo lugar, es la que sufre mayor distanciamiento. La incapacidad de atraerlos se descubre toda vez que la escuela congrega el 12% de los pandilleros colombianos y el 15% de los mexicanos. Quienes se salieron lo hicieron bien rápido, la gran mayoría cuando apenas habían completado la primaria. Si no se entregan  a las ocupaciones educativas tampoco lo hacen a las actividades laborales, en Colombia el 15% y en México el 23% se encuentra trabajando. Cuando se ocupan lo hacen en actividades informales cuya característica básica viene a ser la inestabilidad, el caso de un oficio estable es excepcional. En los casos en que logran engancharse la precariedad del trabajo y las bajas remuneraciones los expulsan con rapidez. La pobreza ahorca, el universo ilegal está a la mano. Frente a la desocupación y el conflicto familiar la esquina y el grupo se devoran a sus miembros, es el rasgo preponderante. Unos pocos estudian y otros tantos más trabajan, mas la generalidad viene a ser la pérdida de sentido tanto de la actividad escolar como de la ocupación productiva. En consecuencia los entregados al grupo son los más numerosos, en Colombia suman el 73% y en México el 62%. La familia, la escuela y el trabajo son los espacios instituyentes donde las nuevas generaciones arman nexo con los flujos de la vida social. En la trayectoria vital del  pandillero, sin embargo, las tres esferas se encuentran lejos de su cometido. Sin embargo la ausencia de escuela y oficio no convierte de manera automática en pandillero. . Junto a ese rasgo se hace necesaria la entrega al grupo y la adopción de las prácticas conflictivas de consumir droga, robar y violentar. En México y Colombia se aprecia una misma evolución histórica. La pandilla contemporánea es distinta del gesto pandillero que dominó ciertas expresiones urbanas hasta finales de los años 70. La pandilla actual es heredera natural de la globalización, ella  se modifica al tenor de la conversión de la criminalidad en estructura de mediación de la vida  cotidiana del barrio popular.  En México, en efecto, el gesto pandillero viene de tiempo atrás, es  el comportamiento característico de grupos marginales urbanos. En los años 40, en plena segunda guerra mundial, aparecen los famosos Pachucos. Por los mismos años brotan expresiones urbanas del mismo corte. Las palomillas, el nombre que por entonces asumen, hacen parte del paisaje natural de los barrios populares; al igual que los pachucos se entregan a la vigilancia de un territorio, al baile y las confrontaciones callejeras, aunque carecen de la fuerza de la vestimenta. Tiempo después, hacia finales de los 70, esta vez bajo el nombre de chavos banda, las agrupaciones de jóvenes en conflicto con la ley se ponen de nuevo en el centro del interés público. La extensión de los combates produjo la proliferación de las bandas, cada una asentada en su propio territorio controlado. Los desplazamientos por la ciudad saqueando negocios y los atracos a transeúntes se volvieron tema corriente de los testimonios. Sin embargo los grupos actuales distan mucho de estas viejas experiencias: la criminalidad se intensifica y, junto a dicho endurecimiento, se modifica la estructura misma de la pandilla. 

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