Amuay en llamas
Guillermo García Machado
El Estado Falcón en Venezuela ha tenido siempre
el deseo y el fervor por un destino mejor, siempre contando con playas
maravillosas, con una gran vocación comercial, logrando tener la estructura
jurídica de un puerto libre, sin olvidar su proximidad geográfica con las
Antillas Holandesas, donde destacan: Curazao, Aruba y Bonaire, centros turísticos
por excelencia. De mayor significación ha sido la presencia física en su
territorio los mejores complejos de refinamiento con los que cuenta la empresa
petrolera estatal conocida a nivel internacional como PEDEVESA, entre ellos los
de Cardón y Amuay. Hasta ahí todo parece indicar que tenemos un ente estatal
confortado por sus bellezas naturales y dotado de una gran organización
comercial y además, para el júbilo de su propio gentilicio, con grandes
inversiones en la próspera pero exigente industria petrolera. Coro, Punto Fijo
y Judibana han sido los centros urbanos de mayor significación, siendo la
primera la capital del Estado, y las subsiguientes, justamente, la sede de los
ya señalados complejos petroleros. Parecía que todo estaba en calma, la gente
ocupándose de la cotidianidad, de repente: una neblina muy densa, con olor
característico invadía los espacios físicos o urbanos alrededor de Amuay, sede
del gran complejo de refinamiento, donde ninguna autoridad puso parte de su
responsabilidad para determinar ciertamente lo que estaba realmente pasando,
hasta que por razones que aún no han sido precisadas se produjo una gran explosión,
cuya onda expansiva borro del mapa una pequeña guarnición de la Guardia
Nacional Bolivariana y muchas casas, así como comercios ubicados en los
alrededores de la gran planta de refinamiento de distintos derivados del
petróleo. Hasta la fecha, y con las estadísticas abiertas, el asunto alcanza
aires de tragedia: cincuenta muertos, cien heridos, algunos desaparecidos, familias
sin enseres personales, otras con sus viviendas totalmente destruidas y muchas
otras con el peso del luto por la desaparición súbita de los seres queridos. La
cosa sube de punto cuando nos preguntábamos cual iba a ser la reacción de los
cuadros oficiales, siendo así que apareció en el lugar de los acontecimientos
el jefe absoluto de todo lo relacionado con minas y petróleo en Venezuela, el
zar petrolero Ramírez, acompañado de su
séquito, adornados todos con el color rojo, para indicar que se trataba de una
explosión propia donde se juega con elementos inflamables, donde los daños se
circunscribían a dos tanques de gas licuado en llamas, cuyos efectos estaban
siendo mitigados con la presencia de los distintos cuerpos de bomberos de la
zona, hasta que un tercer tanque hizo lo propio y siguió el desmedro que
produce cualquier incendio en zona de alta peligrosidad. Mas tarde hizo acto de
presencia el primer magistrado del país, quien aprovecho su locuacidad para
discutir con una periodista del país vecino, Colombia, y negar ab-initio
cualquier posibilidad de error humano en materia de prevención, terminando su
faena con otra frase que se la atribuyó a algún filosofo……..la función ha
terminado (sic)……..y colorín colorado ese cuento ya está terminado. Mientras
tanto los distintos especialistas procuraron en ordenar el asunto señalando que
sólo la desidia y la impericia podían permitir el desarrollo de este tipo de
acontecimientos, por cuanto que el gran centro de refinamiento contaba con
todas las normas y guías industriales de seguridad y la mejor expresión
tecnológica para evitar la consumación de grandes daños en seres humanos y demás
efectos materiales. Cuantificar éstos últimos llevará su tiempo, y a larga,
parte de un conflicto donde intervendrán las grandes empresas de seguro y
reaseguro, quienes en definitiva tendrán la última palabra en cuanto a la magnitud
material del suceso de marras. Como debemos imaginarnos, vuelve a ser el
ciudadano de pie el gran afectado, mientras que los líderes políticos del
momento lo que dan es pena ajena.
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