Guillermo García Machado
El término latino adulāri llegó a nuestra lengua como adular y
lo traigo a colación porque en época de cambios siempre aparecen muchos sujetos
activos de la adulación. El concepto refiere a decir o realizar aquello que se piensa que puede satisfacer
o simpatizar a otra persona. Por ejemplo: “En
público, siempre es conveniente adular al jefe y no marcarle sus errores”, “Si
crees que, porque me vas a adular todo el día, te voy a perdonar, estás muy
equivocado”, “Hay dirigentes que quieren crecer en el gobierno
por adular al presidente”.
Puede decirse que adular consiste en hacer elogios con algún fin en particular.
El sujeto que adula a otro no lo hace de modo sincero o desinteresado, sino que
exagera o inventa su admiración para lograr que el individuo adulado esté
contento con él. Así, espera obtener favores de su parte.
La adulación suele aparecer en los terrenos donde
hay gente que ostenta un cierto poder. A los gobernantes, se los suele adular con la
intención de lograr beneficios. El secretario de un alcalde puede adular a su
jefe de manera constante con la esperanza de ser nombrado en algún cargo de
mayor remuneración, por citar una posibilidad.
Aquellos que reciben la adulación pueden
reaccionar de distinta manera. Hay personas que optan por la humildad y que no
disfrutan de los halagos desmedidos; otras, en cambio, fomentan un culto a la
personalidad y pretenden escuchar elogios y loas de forma constante. Estos
últimos sujetos se rodean de aduladores.
A veces es difícil encontrar la diferencia
entre adular y halagar; este último verbo, que se
considera uno de los sinónimos de adular, también puede definirse como
“dar muestras de afecto a una persona por medio de acciones o palabras que le
agraden”, “satisfacer a alguien a través de nuestros actos”. Como puede
apreciarse, un halago no siempre esconde la intención de
satisfacer ciertos intereses personales; por el contrario, puede consistir en
una muestra de admiración absolutamente genuina.
Adular puede ser una acción muy peligrosa si el
receptor de los comentarios es un niño; esto sucede en muchas familias y en el
ámbito escolar, especialmente con individuos de gran capacidad intelectual. Cuando los padres y los
maestros adulan a un niño que consideran especial, no consiguen fortalecer su
confianza sino que lo convierten en un ser soberbio y distorsionan su
percepción del mundo exterior, ya que les hacen creer que sus cualidades no
tiene límites, que todos deberían rendirse a sus pies. Es importante distinguir
entre la apreciación genuina,
que se desarrolla con sinceridad para expresar el reconocimiento al prójimo,
y el acto de adular, que resulta egoísta ya que responde a los intereses del
adulador.
Reconocer a las personas que nos rodean sus
virtudes y mostrarnos admirados ante ellas es un acto de humildad que enriquece a ambas partes. De modo
contrario a la envidia, consiste en comprender que cada uno tiene sus propios
talentos y sus defectos, y que las diferencias no deberían ser motivo de
enfrentamientos sino de unión para volvernos más fuertes.
Por lamentable que resulte, no es muy común
encontrarse con este grado de sinceridad en las relaciones humanas, sino que la adulación es mucho más frecuente.
Además, a veces resulta difícil distinguir entre ambas acciones, ya que la línea que las divide puede llegar a ser muy delgada.
Una de las características que debemos tomar en
cuenta para reconocer la adulación de la apreciación genuina es la entonación:
dado que al adular no nos expresamos de forma sincera, es posible apreciar
una articulación forzada, que no parece estar en sintonía con las
palabras que pronunciamos; por el contrario, al expresar nuestra admiración por
alguien de manera espontánea no buscamos voluntariamente la entonación
adecuada, sino que surge naturalmente según nuestra cultura.