Sunday, June 29, 2014

La purga al estilo comunista
Guillermo García Machado

Muy cerca de los acontecimientos internos del partido oficialista de Venezuela traemos a colación varias notas sobre el tema que nos ocupa. En 1933 apareció el término “purga” en la vida política de la Unión Soviética. Se utilizó para ponerle nombre a la expulsión de más de 400.000 miembros del Partido Comunista. En adelante, durante más de dos décadas, la palabra sirvió para referirse a mucho más que la expulsión, pues empezaron los arrestos, la prisión, la deportación e incluso la ejecución. Entre 1936 y 1956, miles de miembros del Partido Comunista Soviético –además de socialistas, anarquistas y opositores— fueron vigilados y perseguidos sistemáticamente dentro de las instituciones del Estado donde trabajaban. Durante este período fueron ejecutados casi todos los bolcheviques que participaron de manera relevante en la Revolución de Octubre y en el gobierno de Lenin. Sólo Stalin sobrevivió de la media docena de miembros del primer Politburó: cuatro fueron ejecutados y León Trotsky fue asesinado en México en 1940. Una cifra más, antes del relato: de 1.966 delegados que asistieron al XVII Congreso del Partido Comunista de 1934, 1.108 fueron arrestados y casi todos murieron ejecutados o en prisión. La necesidad de afianzar a los acólitos de Stalin en el poder, tras la muerte de Lenin y los cuestionamientos a su liderazgo, fue más allá de la lealtad con el líder.  El Comisariado del Pueblo, mejor conocido como la NKVD, al mando de Nikolái Yezhov, se encargó de utilizar las figuras expiatorias del “saboteador” y el “disidente”, sumadas a las ganas de “quedar bien” con Stalin y la eficaz excusa del sabotaje. Los juicios públicos pasaron a ser condenas a los campos de concentración y las condenas pasaron a ser fusilamientos. Hubo varios juicios secretos, pero hay tres que resumen la paranoia institucionalizada del gobierno de Stalin convertida en un arma letal, y por eso hoy son un referente histórico para entender las persecuciones dentro de las instituciones del Estado. Todos los juicios fueron planteados como acusaciones de conspiraciones para matar a Stalin u otros líderes, desintegrar la URSS o devolver el capitalismo a Rusia. El primero fue en agosto de 1936 y fue contra Lev Kámenev y Grigori Zinóviev, dos miembros destacados del Partido. Se les acusó de planificar el controvertido asesinato de Serguéi Kírov, coordinando a más de una docena de camaradas. Luego de casi un año de cárcel, —donde como parte de la tortura se realizaban juicios simulados—, fueron a un juicio público. Todos fueron ejecutados. Meses después, empezando 1937, fue el juicio contra 17 miembros del Partido, entre quienes estaban Karl Radek y Gregori Sokólnikov. Cuatro fueron enviados a un gulag y murieron muy pronto. El resto fue ejecutado. En el tercer juicio, en marzo de 1938, apareció un nuevo fantasma: un bloque de supuestos derechistas y trotskistas que según la acusación estaba encabezado por Nikolái Bujarin. Lo más curioso de este juicio es que entre los 21 acusados estaba Génrij Yagoda, el camarada a cargo de apresar a los funcionarios investigados al comienzo de las purgas. Todos fueron ejecutados. Luego de la fragmentación de la URSS en 1991, se reconoció que se empleaban métodos brutales para alcanzar las confesiones de los acosados: palizas diarias, impedirles el sueño, mantenerlos de pie y sin comer, además de amenazas de asesinar a sus familiares. Hay documentos que comprueban que un hijo de Kamenev fue acusado de terrorismo sólo con la intención de hacer confesar a su padre. Él y Zinóviev le pidieron al Politburó que protegieran su vida y la de sus allegados a cambio de la confesión, pero igualmente fueron fusilados. El caso de Bujarin fue distinto: solicitó protección sólo para su familia y ninguno fue ejecutado, pero Anna Lárina —su esposa— fue enviada a un campo de trabajos forzados, al cual sobrevivió para escribir las memorias de ambos. Uno de los mayores vejámenes del derecho al libre ejercicio político que convierte a La Gran Purga en un referente fue que el buró político incluso echó mano de sus militantes más duros, quienes no se impresionaban con las torturas tras haber pasado por la persecución zarista, a que confesaran públicamente que estos juicios y esas ejecuciones eran necesarias para salvaguardar las conquistas de la URSS. Aún así, luego de confesar que los excesos de Stalin eran un mal necesario eran ejecutados, sólo que ante la opinión pública ya ellos habían estado de acuerdo con sus propias muertes.

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