La
paciencia en Política
Guillermo
García Machado
Parafraseando
al profesor Robert Téllez Chávez, compartimos plenamente: el político como
humano que es, tiene sus defectos y virtudes, tanto en lo personal como en la
profesión que ejerce. Lo
fundamental en él, como en una persona cualquiera, es que la balanza de su
mundo interior se encuentre siempre a favor de lo que denominamos virtudes. Por
ello, siempre es bueno saber qué cualidades o características positivas debe
tener un buen político. Una de estas virtudes y cualidades que debe tener es la
paciencia o perseverancia; la paciencia o perseverancia es la actitud que lleva
al ser humano a poder soportar contratiempos y dificultades para conseguir
algún bien. De acuerdo con la tradición filosófica, es la constancia valerosa
que se opone al mal, y a pesar de lo que sufra el hombre no se deja dominar por
él. Aristóteles en su Ética alude a
esta virtud como equilibrio entre emociones extremas o punto medio. Con ella se
consigue sobreponerse a las emociones fuertes generadas por las desgracias o
aflicciones. Para ello es necesario un entrenamiento práctico ante el asedio de
los dolores y tristezas de la vida. El cristianismo, posteriormente, tiene a
esta virtud personificada en la vida de personajes bíblicos como Job o el mismo
Jesucristo. La paciencia posee un vicio antitético en el pecado de la ira. La
paciencia es un rasgo de personalidad madura. Es la virtud de quienes saben
sufrir y tolerar las contrariedades y adversidades con fortaleza y sin
lamentarse. La persona paciente tiende a desarrollar una sensibilidad que le va
a permitir identificar los problemas, contrariedades, alegrías, triunfos y
fracasos del día a día y, por medio de ella, afrontar la vida de una manera
optimista, tranquila y siempre en busca de armonía. Es necesario tener paciencia con todo
el mundo, pero, en primer lugar, con uno mismo. Y a partir de ahí entender que
el buen político sabe que puestos, dirigencias y liderazgos son efímeros; que
las estructuras gubernamentales y partidistas deben oxigenarse con nuevos
integrantes; que el valor más grande de la política es actuar desde la
veracidad y la coherencia, la comprensión y la responsabilidad. La competencia política debe ser un
incentivo que obligue y estimule al político a prepararse, a actuar con total
honestidad y transparencia. Podemos elegir nuestro destino cada instante de
nuestra vida. La vida está llena de decisiones. Pero además de controlar esas
múltiples decisiones, también podemos modificar nuestra percepción de las cosas
que nos pasan. Marco Aurelio decía, "si te sientes dolido por las cosas
externas, no son éstas las que te molestan, sino tu propio juicio acerca de
ellas. Y está en tu poder el cambiar este juicio ahora mismo". Agregamos que la paciencia en
política es una virtud escasa en tiempos acelerados, de exigencias cortas y
respuestas rápidas. Es cierto que los retos nos obligan a encontrar soluciones
urgentes y que la paciencia, cuando es pasiva y resignada, parece claudicación
e impotencia. Pero hay otra versión de la paciencia: la que se trabaja, no la
que se acepta. La que se cultiva, no la que se padece. Paciencia y esperanza
van de la mano. Se puede esperar, se puede aceptar el sacrificio hoy, si se
espera recompensa mañana. Pero la paciencia, en un contexto tan frágil de
confianza política, se agota fácilmente. Especialmente cuando los resultados
tardan más de lo deseable o soportable y los primeros síntomas de mejora no
llegan a todos por igual, o con la rapidez necesaria. Así, los que practican y
predican la paciencia pueden ser las primeras víctimas de su persuasión fallida
o de su incapacidad predictiva, liberando una corriente imparable de
impaciencia. De ahí a la ira, hay un paso. Sea como fuere, no son buenos
tiempos para la paciencia. Y esto es lo relevante para quien pide lo que ya no
se fía. Los ciudadanos (y los electores) no van a dar mucha tregua. La
irritación es un estado de ánimo contagioso. Y el desánimo, El populismo avanza. Los que promueven
que sobran políticos y administraciones acabarán diciendo que sobran
instituciones. El caldo de cultivo está ahí.
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