La mentira vaya adelante
Guillermo García Machado
Mentir es el verbo más manipulado por los inquietos
anacoberos de la política mundial. Cuando la mentira surge del niño,
inmediatamente, queda amparado éste por el manto casi sagrado de la inocencia y
haríamos alusión a una simple mentirilla coloreada con las resultas del buen
humor, es decir, somos capaces de reírnos ante la profanación de la verdad,
cuando el sujeto activo es una criatura inocente. Cuando la mentira emana del
buen samaritano y con ella se trata de ocultar un mal peor, nos encontramos con
la mentirilla piadosa, tal cual acontece con la ocultación de la gravedad de
una enfermedad de un ser querido, o simplemente, un buen amigo, a quienes se
les mira con ojo de piedad. Cuando la mentira se pronuncia y el que la dice
igualmente se la cree, estamos en presencia de un problema serio de mitomanía,
y muchas veces por pequeña que sea la trasgresión de la realidad, la práctica
constante de este fenómeno puede causar serios estragos entre los que desean
convivir pacíficamente. Ahora bien, cuando mentir es parte cotidiana del que
practica la política, es decir, el que dice que una iguana colapso un
transformador eléctrico; el que ante un bajón de popularidad, pregona la puesta
en marcha de un magnicidio; el que inmiscuye en un grave complot contra su
gobierno a un personero de la política de un país vecino sin importarle a quien
se lleva entre los cachos; el que es capaz de ocultar la muerte de un alto
dignatario por su conveniencia en el manejo de los factores del poder; el que
no tiene ningún dolor en otorgar los datos que pongan en manos del público la
razón de ser de la nacionalidad que invoca; el que dice tener un patrimonio
insignificante después de varios años al frente de un cargo público; el que promete
villas y castillos cuando le corresponde ser parte del proselitismo político y
se vuelve pura bulla cuando ostenta el poder; el que se jacta de una conducta
irreprochable y se le queman las manos durante el ejercicio del poder; el que
esconde su ignorancia e incompetencia en la imagen de su ser querido,
entiéndase, mujer o esposa; el que utiliza la cuenta corriente de la concubina
para recibir comisiones producto de sus despropósitos; el que logra burlar los
controles atesorando dinero en cabeza de testaferros, agravándose el caso
cuando estos últimos alegan que, “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de
perdón”; estamos dentro de la consideración más perversa de la conducta humana,
por aquello de que un ser humano mentirosa de per se convierte en un ente despreciable, pero un político
mentiroso, además de despreciable es un ser perverso que lo único que persigue
es perpetuarse en el trono, a costilla de la mismísima verdad mancillada, la
que sólo se puede reivindicar en manos de seres portadores de sabiduría y
forjadores de la justicia, todo ello dentro de una esfera de respeto total a
todas las instituciones descritas en el ámbito legal correspondiente. No podemos dejar pasar por alto el mentiroso
de oficio que a la hora de las chiquitas, ni el mismo se cree sus propias
mentiras, por lo que se convierte en toda una sabandija. En definitiva, tenemos
que procurar lo que nos decía Guillermo Rodríguez Blanco cuando presentaba al
vaquero de moda, Kit Carson, bajo el amparo de la incipiente televisión venezolana:
“La verdad bien dicha”, agregando nosotros: “ y su palabra vaya adelante”…….siempre!.
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