Humillación
Guillermo García Machado
Humillación, del latín humiliatio, es la acción y efecto de humillar o humillarse (herir
el amor propio o la dignidad, abatir el orgullo). Cuando una persona es humillada, siente vergüenza. Por ejemplo: “No voy a aceptar otra humillación por parte de mi jefe”, “Nunca sentí tanta humillación como cuando mi madre me dio
una cachetada frente a todos mis compañeros”, “La humillación se completó con el sexto gol del equipo
visitante”.
Dado que la dignidad es
algo difícil de definir o acotar, la humillación es un concepto sin significado
preciso. Algunas cuestiones que pueden resultar humillantes para ciertas personas pueden no serlo para otras.
En el ámbito profesional
existe una gran diversidad de puestos de trabajo y éstos se ubican
en una supuesta jerarquía que los agrupa según su importancia frente a la
sociedad; por ejemplo, ser abogado y trabajar para una firma reconocida suele
ser motivo de orgullo, mientras que tener un puesto de encargado de la limpieza
suele causar el efecto contrario. Dadas estas crueles divisiones que el ser
humano se esfuerza por trazar, si alguien con estudios universitarios se ve
forzado a realizar una tarea considerada de baja categoría, es probable que
sienta una profunda humillación y que intente ocultarlo.
Los actos que denigran públicamente las
creencias de un individuotambién se consideran como
humillaciones. La religión suele ser uno de los blancos más comunes de burlas y menosprecio,
especialmente cuando su práctica incluye el uso de accesorios y vestimenta particulares.
La humillación puede
considerarse como una forma de tortura ya que busca menoscabar la dignidad del ser humano. De hecho,
cuando un régimen aplica torturas físicas, suele acompañarlas con humillaciones
para destruir moralmente a la persona.
Es importante señalar que
la humillación tiene lugar en el día a día de millones de personas con vidas
aparentemente normales, y que muchas de ellas ni siquiera son conscientes de
sufrirla. Por lo general, para que se dé la humillación debe existir un lazo
muy estrecho entre quien la practica y quien la recibe, o bien un odio muy
intenso justificado en
diferencias ideológicas. Los niños suelen recibir
humillaciones por parte de sus mayores o de personas de su misma edad que
sienten un profundo temor ante su forma de ser o de pensar; lamentablemente,
son comunes las historias de padres que torturan psicológicamente a sus hijos
por considerar que sus esfuerzos por satisfacerlos nunca son suficientes, y de
estudiantes que agreden física y psicológicamente a quienes no muestran
una sexualidad muy definida, por citar dos de los tantos ejemplos posibles.
Es precisamente la infancia el
momento en el cual somos más vulnerables a este tipo de ataques, y muchos no
consiguen superar sus heridas, de manera que permanecen en ese estado de
susceptibilidad a la humillación por el resto de sus vidas. Para un niño cada
día es un descubrimiento: conceptos nuevos que lo confunden, exigencias de todo
tipo que ponen a prueba su paciencia y su entendimiento, reglas que por razones
muchas veces ausentes deben cumplir. Los primeros años de nuestra vida son suficientemente
difíciles de atravesar, aun cuando nos quieren y nos respetan; si a esta
enigmática ecuación le agregamos una variable que anule constantemente nuestros
esfuerzos por hallar la solución, es probable que la oscuridad nos invada y,
con el tiempo, nos impida ver más allá de la humillación.
De vez en cuando, durante
la niñez, todos necesitamos de palabras alentadoras por parte de nuestros
mayores para alimentar nuestra seguridad en nosotros mismos, así como de
indicaciones para mejorar y corregir nuestros errores; el equilibrio constante
es imposible de alcanzar, pero con una dosis espontánea de aprobación y
sanas reprimendas, podemos aspirar a un buen desarrollo emocional. La humillación, sin embargo,
no es una reprimenda, sino un intento de bloquear a la otra persona, de
avergonzarla al punto de eliminar sus fuerzas y sus deseos de existir.
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