Pensamiento Divergente
Guillermo García Machado
Muy a propósito de la dificultad de poner en orden nuestras
ideas, por tantas trabas que surgen frente a nuestros pensamientos, dentro de
una sociedad sumamente politizada y compleja, me permito adelantar éstas notas
sobre ello, para su disfrute y comprensión. Lo que existe a través de la
actividad intelectual forma parte del pensamiento. Este es un producto de la mente que surge a partir de la actividad racional del intelecto o
de las abstracciones de la imaginación. Es posible distinguir entre diversos
tipos de pensamiento, según la operación mental en cuestión. El pensamiento deductivo, el pensamiento inductivo, el pensamiento sistemático, el pensamiento
crítico y el pensamiento
analítico son algunos de ellos.
Divergente,
por su parte, es aquello que diverge (que discrepa, discorda o se separa). El pensamiento divergente o pensamiento lateral, por lo
tanto, consiste en la búsqueda
de alternativas o posibilidades creativas y diferentes para la
resolución de un problema.
Se puede incluir el pensamiento divergente dentro del pensamiento creativo, relacionado
más con la imaginación que con el pensamiento lógico-racional. La noción fue
acuñada por el psicólogo maltés Edward De
Bono, quien afirmó que el pensamiento divergente es una forma de
organizar los procesos de pensamiento a través de estrategias no ortodoxas. El
objetivo, pues, es generar ideas que
escapen de los lineamientos del pensamiento habitual.
Para De Bono, el pensamiento lateral
puede desarrollarse con el entrenamiento de técnicas que ayuden a mirar un mismo objeto desde diferentes
puntos de vista. El pensamiento divergente supone un motor de cambio
personal y social ya que aporta nuevas respuestas a problemas conocidos.
El
psicólogo maltés reconoce tres grandes tipos de obstrucciones del pensamiento:
la falta de información,
el bloqueo mental y el peso de lo obvio. Este último caso, cuando lo obvio del
problema impide advertir una mejor opción, puede ser superado a través del
pensamiento divergente. Por lo general, nuestro cerebro tiende a
relacionar los datos que percibe en su entorno para encontrar explicaciones
lógicas y racionales; si vemos un muro destruido, asumiremos que recibió el
impacto de un vehículo o que se deterioró por una filtración de agua, pero la
primera opción que contemplaremos no será que un ser mutante de fuerza
descomunal lo derribó de un golpe.
Del
mismo modo, a la hora de resolver los problemas de nuestro día a día
(entendiendo como problema a toda situación que
debamos superar, desde la simple decisión de qué almorzar hasta la falta de
dinero para pagar las cuentas) solemos valernos de los recursos más razonables que tenemos a nuestra
disposición. Ya desde nuestros primeros años de vida, nos enseñan a
perseguir la normalidad,
a ajustarnos a una serie de reglas y expectativas que, según nos prometen, nos
brindarán estabilidad y seguridad en nuestra adultez. Si alguien necesita
dinero, su primera tendencia es buscar trabajo; rara vez surgen proyectos
innovadores, apuestas a ciegas en pos de una idea revolucionaria que pueden
acabar en la ruina económica de su autor pero, en cambio, lo convierten en un
genio admirado por el mundo entero. Los grandes pioneros de la historia han
sabido mirar más allá de lo evidente, perseguir objetivos que no aparecían en
los libros y que no les daban ninguna garantía de éxito, y es gracias a ellos
que la humanidad avanza.
Existen muchos ejercicios que
estimulan el entrenamiento del pensamiento divergente, problemas que plantean
una situación aparentemente absurda o imposible de resolver. Veamos un ejemplo: Esta mañana se me cayó un pendiente en el café. Y aunque la taza
estaba llena, el pendiente no se mojó. ¿Cómo es posible? A
simple vista, dadas ciertas cuestiones culturales e idiomáticas, nuestro
cerebro asume que el término café hace
referencia a la bebida, y ése es el primer error que comete una persona que
cree no poder resolver este enigma.
Si, en cambio, lo interpretamos como un establecimiento de
hostelería en el cual se sirven comidas y aperitivos, una de las
posibles respuestas correctas
brilla ante nuestros ojos: el pendiente no cayó dentro de la taza, sino dentro
de la cafetería, que también recibe el nombre de café; por eso no es relevante la cantidad de bebida
restante.
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