Sunday, August 3, 2014

Democracia sin adjetivos

Guillermo García Machado

Nos cuenta Jesús Silva-Herzog Márquez, desde México, “Cuando hace treinta años Enrique Krauze publicó “Por una democracia sin adjetivos”, desde la izquierda y el oficialismo le llovieron calificativos. Krauze, en su ensayo, desmontó las coartadas de nuestras tradiciones autoritarias. La siguiente rememoración de la polémica de ese entonces ensaya también una crítica. En el páramo de la vida intelectual mexicana, tan habituada al cuchicheo y al silencio, sobresale la tormenta que desató, hace treinta años ya, la publicación de “Por una democracia sin adjetivos”. Del partido oficial y de la izquierda brotaron réplicas vehementes y reveladoras. El ensayo de Enrique Krauze publicado en Vuelta no se sofocó en las páginas de la revista; se insertó de inmediato en la conversación nacional y ahí sigue. La expresión “democracia sin adjetivos” brota frecuentemente aquí y allá. El ensayo fue discutido con intensidad, alterando en buena medida las coordenadas del debate público. Las respuestas a Enrique Krauze, que Vuelta publicó inmediatamente después, muestran la incomodidad que provocó. Para el oficialismo, el llamado democrático de Krauze era ingenuo, impracticable, una invitación al suicidio. Manuel Camacho regresó al tópico de la autenticidad del régimen priista: el reflejo político fiel de una nación, la sabia desembocadura de los siglos. Esa democracia sin adjetivos necesitaba recurrir a la historia inglesa porque en México no encontraba raíz; era una teoría, una fantasía libresca que no correspondía al cuerpo mexicano ni a las demandas de su gente. Para Manuel Aguilar Mora era peor: la voz del “cretinismo liberal” que toma la igualdad jurídica como igualdad, cuando es un engaño. La democracia sin adjetivos, sugería con fidelidad a la ortodoxia, es la democracia de los dueños, la democracia burguesa. Burguesas son esas libertades que solo sirven para reproducir la explotación. Burgués el voto, burguesas las formas constitucionales. La democracia, para dejar de ser una farsa, ha de acompañarse de un adjetivo indispensable: obrera. Los textos no hacían más que ratificar la pertinencia del ensayo de Krauze. Con su anzuelo pescaba los adjetivos que, precisamente, denunciaba como instrumentos que posponían o negaban la democracia; los adjetivos para desnaturalizarla, los adjetivos para desbaratarla. La réplica como perfecta confirmación del argumento. El ensayo pinchaba un nervio sensible de la conciencia política mexicana. Krauze no fundaba la causa democrática, pero tuvo el acierto (también la fortuna) de colocarla en el centro de la escena pública. La contundencia del argumento fue tal que no dejaba escapatoria: había que abrazar su tesis o combatirla. No era posible la indiferencia. Más aún: la opción frente al texto sirvió en ese tiempo para definir las identidades políticas relevantes. Los desadjetivadores y sus enemigos. Krauze imprimía un sentido de urgencia a la causa democrática. La democracia era la tarea del día, no la obra de los siglos. Pero la convulsión intelectual que provocó el ensayo no se debía a su vehemencia, sino al núcleo de su argumento. Krauze hacía ver que los aderezos ideológicos del oficialismo desnaturalizaban al régimen pluralista. Mostraba que la fórmulas de la ortodoxia marxista vilipendiaban la convivencia democrática. El gran tino del ensayo fue ese: desmontar la doble coartada de nuestras tradiciones autoritarias. Democracia sin adjetivos. La fórmula tenía un magnetismo innegable.” Entre nosotros, las adjetivaciones no calificaban a la democracia, la negaban. Cuando se hablaba de democracia nuestra se trataba de justificar la excepción; cuando se invocaba la democracia sustancial se escondía el desprecio por las reglas; cuando se hablaba de la democracia integral se hacía para burlar la aritmética de los votos. La falsificación democrática se desplegaba en la obsesión de ocultarla con adjetivos. Lo dijo con claridad Krauze en ese momento: el proyecto democrático tenía que sacudirse esa carga de negaciones y de postergaciones. Necesitaba liberarse de todos los adjetivos menos uno, por supuesto: liberal. En efecto, la democracia sin adjetivos estaba tan atada a ese calificativo que ni siquiera lo registraba.

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