Sunday, January 6, 2013

El Hombre Público de siempre Guillermo García Machado


El Hombre Público de siempre
Guillermo García Machado
El hombre público es un ser de su tiempo. Vive los compromisos con su contexto histórico y lo hace de múltiples formas. Julio Caro Baroja lo expresaba con rotundidad cuando en el prólogo al texto titulado el “Laberinto Vasco” se expresa de la siguiente manera “ los estudios y artículos reunidos en éste volumen han sido escritos al calor de los acontecimientos. La vida pública, la situación política, han dado motivo a la composición de algunos, que fueron redactados caso “ por encargo”. Otros surgieron de mi mente atribulada y entristecida. No podrá buscarse en el libro ni alegría por el presente, ni motivo de esperanza mayor para el futuro. Su  autor lo sabe y no le chocará que sea objeto de la repulsa de muchos, que quieren seguir viviendo con ilusiones. Ahora bien, querer tener y tener ilusiones es legítimo. Lo que se puede discutir es aquello en que ciframos la ilusión. Porque si la ponemos en algo que la experiencia demuestra que es más que problemático que exista o pueda existir nos estrellaremos. Esto no es lo peor. Lo peor es que estrellaremos a los demás Los grandes pensadores y , en general, todos los grandes hombres han expresado  e influido a la vez con sus obras en las actitudes humanas frente al mundo. Las actitudes científicas, religiosas o metafísicas, han modificado el sentido de las cosas, indicándonos lo que es importante o admirable pero también aquello que es trivial o frívolo. Pero, los grandes hombres- aquellos que trascienden su tiempo histórico- nos han enseñado otras muchas cosas. Nos han enseñado, por ejemplo, que al tratar de adquirir conocimientos sobre el mundo, externo o interno, advertimos y describimos sólo alguna características del mismo, las que son, por decirlo de alguna manera, públicas, que atraen la atención sobre ellos debido a algún interés específico que tienen en investigarlos, debido a nuestras necesidades prácticas o a nuestros intereses teóricos. Percibimos que progresamos en el conocimiento en tanto que descubrimos algunos hechos y  muchas relaciones, hasta entonces desconocidas,  en particular cuando éstas resultan ser relevantes para nuestros propósitos principales, para la supervivencia  y todos los recursos que comporta, para nuestra felicidad o la satisfacción de las diversas y contrapuestas necesidades que determinan que los seres humanos hagan lo que hacen y sean como son. El hombre público sabe que sus juicios no son “sólo” privados, sabe que sus opiniones penetran las costras de la sociedad, sabe que sus secretos sólo lo son si son fábulas compartidas. Pero el hombre público no se parece a Eduardo Avinareta- aquél confabulador de lo imposible que tan bien supo retratar Pío Baroja- sino al que sabe esperar aunque tema  que el futuro le defraude y se haya jurado no dejarse engañar más. La actitud del hombre público en nuestro presente tiene seguramente más que ver con la de aquél otro que como describe Finkielkraut tiene que encarar un tiempo donde “obtusas identidades, en efecto, ocupan el escenario, y no doctrinas, principios  o programas. Lo universal desaparece en beneficio de lo singular, lo conceptual en beneficio de lo contingente y la hermosa inteligibilidad del sentido acaba destronada por un galimatías totalmente aleatorio”. Pero el hombre público tampoco puede olvidar el peligro que representa aquello que dejara escrito Montaigne y es que “quienes se ocupan de examinar los actos humanos en nada hallan tanta dificultad como en reconstruirlos y someterlos al mismo punto de vista; pues contradícense, por lo general, de manera tan asombrosa que parece imposible que hayan salido del mismo magín”. El hombre público es alguien que aspira a  comprender su tiempo, es alguien que quiere trascender el estado de cosas, pero es alguien consciente que a  la verdad y al buen juicio se llega, casi siempre, por caminos tortuosos y no pueden confundirse ni los caminos con las veredas ni el desvelamiento con la impostura.

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