Brasil:
No solo es llegar, hay que mantenerse
Guillermo
García Machado
En
octubre de 2008, cuando el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva predijo que
el tsunami financiero que asolaba las economías de Europa y de EEUU no sería
más que una "marejadilla" si llegaba a Brasil, fue objeto de críticas:
dentro y fuera del país. Más tarde, sus opositores tuvieron que reconocer la
clarividencia económica de Lula, un ex obrero metalúrgico, cuando el Gobierno
inundó con abundante crédito una economía floreciente, haciendo que creciera un
7,5% en 2010. "Brasil takes off" [Brasil despega] fue el titular de
la portada de Economist en aquella época mientras un generoso flujo de capital
extranjero entraba en el país. Empresas e individuos invertían en una economía
cada vez más impulsada por los 30 millones de nuevos consumidores recién
salidos de la pobreza. Hoy, Brasil disfruta de un índice récord de confianza
del consumidor respaldado por un casi pleno empleo y ganancias reales de
salario a ritmo acelerado. Hay un optimismo creciente porque se han encontrado
en el país las mayores reservas de petróleo de las Américas en tres décadas; al
mismo tiempo, muchas ciudades del gigante latinoamericano están en obras en
preparación para la Copa del Mundo y para los Juegos Olímpicos de 2016. Pero en
los últimos meses, la historia de éxito de Brasil ha perdido un poco de brillo.
El año pasado, el PIB tan solo creció un 2,5%. La expansión en el primer
trimestre del año fue de sólo un 0,8% en medio de una serie de revisiones a la
baja de las previsiones del PIB para este año y el próximo. Los exportadores se
vieron golpeados por una moneda sobrevalorada, mientras las tasas de interés
dificultan el crecimiento de las empresas locales en todos los sectores de la
economía. En octubre del 2008, Lula da Silva predijo que el Tsunami financiero
que asolaba Europa y los estados Unidos no sería mas que una marejadilla si
llegaba al Brasil. Brasil supo escapar de los efectos del colapso financiero
mundial de 2008, por eso, para muchos brasileños es incorrecto o incluso
temerario decir que la economía del país está sufriendo un profundo desgaste.
En octubre de 2008, cuando el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva predijo
que el tsunami financiero que asolaba las economías de Europa y de EEUU no sería
más que una "marejadilla" si llegaba a Brasil, fue objeto de críticas
dentro y fuera del país. Más tarde, sus opositores tuvieron que reconocer la
clarividencia económica de Lula, un ex obrero metalúrgico, cuando el Gobierno
inundó con abundante crédito una economía floreciente, haciendo que creciera un
7,5% en 2010. "Brasil takes off" [Brasil despega] fue el titular de
la portada de Economist en aquella época mientras un generoso flujo de capital
extranjero entraba en el país. Empresas e individuos invertían en una economía
cada vez más impulsada por los 30 millones de nuevos consumidores recién
salidos de la pobreza. Hoy, Brasil disfruta de un índice récord de confianza
del consumidor respaldado por un casi pleno empleo y ganancias reales de
salario a ritmo acelerado. Hay un optimismo creciente porque se han encontrado
en el país las mayores reservas de petróleo de las Américas en tres décadas; al
mismo tiempo, muchas ciudades del gigante latinoamericano están en obras en
preparación para la Copa del Mundo y para los Juegos Olímpicos de 2016. Pero en
los últimos meses, la historia de éxito de Brasil ha perdido un poco de brillo.
El año pasado, el PIB tan solo creció un 2,5%. La expansión en el primer
trimestre del año fue de sólo un 0,8% en medio de una serie de revisiones a la
baja de las previsiones del PIB para este año y el próximo. Los exportadores se
vieron golpeados por una moneda sobrevalorada, mientras las tasas de interés
dificultan el crecimiento de las empresas locales en todos los sectores de la
economía. Después de tantos elogios por el rendimiento estelar de 2010, el
Gobierno brasileño señala ahora a la profundización de la crisis en la Unión
Europea, mayor socio comercial de Brasil, como la gran culpable de la
desaceleración económica. Otros observan con nerviosismo el lento crecimiento
económico de China, el segundo mayor destino de las exportaciones brasileñas,
ya que la producción industrial brasileña es un fiel reflejo de las
exportaciones chinas. El éxito del país es fruto de los esfuerzos valientes
hechos con el objetivo de salir de las ruinas de la crisis de la deuda y de la
hiperinflación de los años 90. El Plan Real (una serie de medidas tomadas por
el Gobierno para estabilizar la moneda), las metas de inflación y la ley de
responsabilidad fiscal permitieron, de forma paulatina, que Brasil alcanzara un
equilibrio financiero que jamás había tenido en décadas, explican los
analistas.
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