Venezuela
busca salida política democrática
Guillermo
García Machado
Hugo
Chávez volvió a sorprender a sus partidarios y detractores. “Se ha detectado
una nueva lesión en el mismo sitio donde fue ubicado el tumor cancerígeno”,
anunció a los medios venezolanos el 21 de febrero pasado. Junto con reconocer
que deberá ser sometido a una nueva intervención, se declaró “en buenas
condiciones físicas para enfrentar la batalla”. Si se refería a su propia salud
o al desafío electoral, no quedó claro. Hace meses que reiteraba su deseo de
pelear por una nueva relección en los comicios del 7 de octubre. Especialmente
después que la oposición convocó a más de 3 millones de personas a unas
primarias para escoger al candidato que los represente en octubre. El elegido:
un abogado de 39 años que se define de centroizquierda, aficionado a correr
maratones, descendiente de judíos que huyeron del nazismo, declarado católico y
admirador del brasileño Lula da Silva. Henrique Capriles Radonski enarbola la
bandera de la unidad, la educación, el empleo, la iniciativa privada y la lucha
contra la violencia. Pero, sobre todo, se ha preocupado de proyectar la imagen
de un político que no entra en el juego confrontacional que Chávez lanzó apenas
tres días después de su elección. “Una de mis tareas va a ser quitarte la
máscara. Mientras más te empeñes en disfrazarte más te vas a conseguir
conmigo”, exclamó el comandante-presidente. Rostro de “la burguesía” y la
derecha, como lo ha llamado Chávez. Capriles no ha hecho caso de las diatribas
y se defiende asegurando que no fue escogido para pelear, sino para resolver
problemas. Y su estrategia fue premiada por el electorado opositor: obtuvo casi
2 millones de votos, muy por delante de los candidatos que interpelaron más
duramente al mandatario. “La parte más peligrosa para Chávez del discurso de
Capriles es la de unidad nacional, integración y respeto. Tiene que
desmontarla. Y el reto de Capriles será aguantar las provocaciones sin salir de
su estrategia, no puede morder el anzuelo de la confrontación”, grafica el
director de la encuestadora Datanálisis, Luis Vicente León. Chávez está echando
mano al discurso duro y frontal que tanto éxito le ha dado. En las
presidenciales de 2006 ganó con casi 63% de los votos y hoy, a 13 años de su
llegada al poder, tiene niveles de aprobación por encima del 50%. Antes que la
oposición escogiera un candidato único, todas las encuestas lo señalaban como
ganador de las presidenciales. Pero esta vez hay espacio para un optimismo
moderado en la oposición: las primarias sacudieron al gobierno, que no esperaba
que la participación fuera tan alta y llegara finalmente al 17% del padrón
electoral de 18 millones de votantes. Todo un mérito, considerando el temor de
muchos a ser objeto de represalias por participar. La oposición tampoco lo
esperaba. Ninguno de sus dirigentes se había atrevido a fijar una cifra y sólo
declaraban que un 10% del padrón sería un éxito. Pero después de meses de
campaña llamando a votar “sin miedo”, los electores acudieron al llamado de la
Mesa de la Unidad Democrática, una especie de Concertación chilena que agrupa a
la mayoría de las fuerzas no chavistas, una veintena de partidos políticos
desde la centro-derecha a la extrema izquierda, todos unidos por el deseo de
derrotar a Chávez por la vía electoral. Hoy está convencida de una cosa: que
tiene ante sí una mejor oportunidad para derrotar con votos al comandante,
apoyándose en el desgaste de su gestión y en transmitir la idea de un país
cansado de la división política y los problemas económicos. “El enfrentamiento
será entre un proyecto estatista y autoritario y el liderazgo de una oposición
que en los últimos años ha pasado a tener una cara más democrática y plural”,
plantea la historiadora Margarita López Maya, autora del libro Ideas para debatir
el socialismo del siglo XXI y antigua partidaria de Chávez. La elección de
Capriles despertó también el optimismo de los mercados. Al día siguiente de las
primarias se dispararon los bonos y cayó el riesgo país. “El mercado está
reaccionando de manera muy positiva, porque se ha empezado a incrementar la
probabilidad de un cambio en la conducción política y económica”, señala
Alejandro Grisanti, director para América Latina de Barclays Capital.
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