Los Derechos humanos en la picota
Guillermo García Machado.
La esencia de una buena decisión política
estriba en el respeto a ultranza del orden institucional adoptado por la
República de conformidad con la Constitución y sus Leyes. Dicho así, no podemos
transigir con la absurda idea de romper con las pautas hemisféricas en donde
hemos incorporado a nuestro orden interno toda una estructura judicial para
salvaguardar todos aquellos aspectos ciudadanos ligados a los Derechos Humanos,
entiéndase Comisión de Derechos Humanos y Corte Interamericana de Derechos
Humanos. Denigrar contra estas instituciones es darle la espada a la razones
históricas que dieron lugar a la creación de la Organización de Estados Americanos
–OEA- cuyo antecedente mas lejano lo encontramos en el mismo Congreso Anfictióctono
de Panamá, donde la gran visión futurista e integradora del Libertador Simón
Bolívar puso de manifiesto la necesidad de mitigar las fuerzas del gran gigante
del Norte mediante el esfuerzo mancomunado de todos los países de América
Latina. Del primer análisis resulta cuasi folklórico observar que el señor
presidente aprovecha la coyuntura de su situación personal –entregado a los
cuidados médicos en Cuba- y al anuncio de revisar la posición de Venezuela ante
los entes bajo la lupa política – cuyas últimas decisiones siempre han
resultado adversas al Estado Venezolano- para poner en marcha el Consejo de
Estado previsto en la Constitución del 99 como un instrumento de carácter
consultivo para dar respuesta a problemas de cualquier índole que pudieren ser
objeto de la consideración de notables venezolanos, como antesala al poder
decisorio del Ejecutivo Nacional. Desgraciadamente no pudimos sacar
conclusiones al ver la lista de conciudadanos que conformaron el primer Consejo
de Estado, ni mucho menos predecir cual va a ser el dictamen del ente
consultivo en cuestión, pudiendo sospecharse que la primera recomendación
pudiera ser el desconocimiento de la legitimidad de las decisiones adoptadas
por la Comisión y la Corte Interamericana, lo que no impedirá la legitimidad y
eficacia de dichas decisiones y la eventual proposición de abandonar nuestra
participación en la Organización de Estados Americanos, por aquello que todo lo
que domina el imperio nos hace daño por vía de intoxicación. No obstante, vale
la pena recordar el contenido del artículo 23 de nuestra Magna Carta donde la
misma nos dice enfáticamente: “Los tratados, pactos, y convenciones relativos a
derechos humanos , suscritos y ratificados por Venezuela, tienen jerarquía
constitucional y prevalecen en el orden interno…………… y son de aplicación
inmediata y directa por los tribunales y demás órganos del Poder Público”.
Leído lo anterior, pareciera que el camino lógico, legal y constitucional sería
invitar al ciudadano Presidente a respetar el orden constitucional invocado dándole
el respectivo espaldarazo a todas aquellas instituciones llamadas a preservar
la razón misma de su existencia: Los Derechos Humanos. De cualquier otra forma
estaríamos ante la brutal decisión de hacer mutis total y romper con el orden institucional
internacional, lo cual colocaría a una Venezuela fuera del contexto
internacional actual y nos colocaríamos al lado de Cuba en su propia
consideración de marginalidad política, cultural, económica, social y
financiera, etc. Visto lo anterior, sólo nos queda poner por delante la
intransigencia y recordarle a los países que mantienen relaciones con el
nuestro que no hemos renunciado a la Democracia, a la que ponderamos como un
concepto practicable y perfectible cualquiera que sea el gobierno de turno y
cualesquiera que sean las circunstancias imperantes. Todavía podemos honrar la
constitucionalidad en aras de mantener la paz social y preservar el orden
institucional amparado por la misma legalidad.
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