Identidad Nacional
Guillermo García Machado
Identidad es una palabra de origen latino (identitas) que permite hacer referencia al conjunto de rasgos propios de un sujeto o de una comunidad. Estas características diferencian a un individuo o a un
grupo de los demás. La identidad también está vinculada a la conciencia que
una persona tiene sobre sí misma. La identidad
nacional, por su parte, es una condición
social, cultural y espacial; se trata de rasgos que tienen una relación
con un entorno político ya que, por lo general, las naciones están asociadas a
un Estado (aunque
no siempre sea así).
La nacionalidad es un concepto
cercano a la identidad nacional. Las personas que nacen en Brasil, por ejemplo,
son de nacionalidad brasileña y tienen documentos legales que acreditan dicha
condición. Estos individuos, por lo tanto, tiene identidad brasileña.
Sin embargo, el aspecto más simbólico de la noción puede variar en cada
caso. Una persona que nace en Brasil (tiene nacionalidad brasileña) y a los
cinco años de edad se marcha al exterior, puede perder o descuidar, con el paso
del tiempo, su identidad nacional. Si dicho sujeto, después de pasar sus
primeros cinco años de vida en Brasil, vive los cuarenta años siguientes en
Australia, sin regresar nunca a su tierra natal, es probable que mantenga su nacionalidad desde
el punto de vista jurídico, pero no su identidad social o cultural.
En otros casos, la identidad nacional puede existir sin que esté certificada por un
documento legal. Los gitanos pueden hablar de identidad nacional pese a
que su nación no cuenta
con un territorio propio o un Estado que los ampare como colectivo social. Un
hombre, por lo tanto, puede tener nacionalidad española o de cualquier otro
país e identidad gitana.
Retomando
el concepto puro de identidad,
es importante resaltar que uno de sus matices fundamentales
es la visión que una persona tiene sobre sus propias características, cómo cree
que los demás la perciben cuando la ven, cuando la escuchan, cuando tratan con
ella. Si bien el intercambio cultural ha
tenido lugar desde hace cientos de años, como se puede comprobar investigando
acerca de la vida de escritores y compositores, los avances tecnológicos en el
ámbito de las comunicaciones facilitan cada vez más el acercamiento a otras
tierras sin necesidad de moverse de la propia. Internet nos permite aprender de
una forma que hace tan sólo unos años tan sólo la ciencia ficción podía
describir, y esto repercute en una riqueza que debilita cada vez más las cadenas que separan a una nación de
otra.
Para quienes han nacido en la era de la televisión, palabras de origen
extranjero como “stop” o “play” nunca fueron extrañas; del mismo modo, han
sabido incorporar “email”, “Internet” y “streaming”, entre tantos otros
términos, para adaptarse a las crecientes posibilidades que ofrece la
tecnología. Algo similar ocurre con los géneros musicales: una pareja de
japoneses bailando tango en un teatro de Kyoto resulta tan común como un
español interpretando un rap escrito por él mismo, en su propio idioma.
¿Cuánto queda de identidad nacional en estos últimos dos ejemplos? Si se
toma en cuenta la cantidad de horas necesarias para entrenarse en una
disciplina como el baile o el canto, en el caso de una persona que dedica su
vida a estudiar un estilo creado a miles de kilómetros de su
hogar, en otra época, con un contexto sociocultural absolutamente
diferente y en otro idioma,
seguramente dichas personas no tengan mucho tiempo disponible para la danza nenbutsu o el cante jondo. La pregunta es, por lo tanto, si es
necesaria, o positiva, la identidad nacional.
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