El espionaje de todos los días
Guillermo García Machado
Rasgarse las vestiduras por las consecuencias de una
develación en el mundo del espionaje nos parece una simple banalidad. La misma
historia se ocupa de ello, en 1862, Lincoln autorizó el control sobre la
infraestructura del telégrafo americano y delegó a su secretario de guerra,
Edwin Stanton, para que controlara las informaciones transmitidas por esa vía.
Stanton utilizó ese “poder” para invadir la privacidad de los ciudadanos
estadounidenses, detener a periodistas e, incluso, decidir que mensajes podían
ser enviados o no. A pesar de las enormes diferencias en el alcance y la
tecnología, el ejemplo de Lincoln sentó las bases para la configuración de una
red dedicada a la intromisión por parte de Estados Unidos hacia algunos países
de América Latina y Europa. No cabe duda de que, a medida que la ciencia
avanzó, los métodos de los espías también, hasta el punto en el que muchos
avances tecnológicos surgieron gracias al desarrollo de la industria del espionaje.
En ese contexto, en la década de los 30, comenzaron a usarse cámaras ocultas de
miniatura. En los 50, sistemas de escucha conectados a la cintura, con una
pequeña batería sujeta en la pierna. Y en los 60, transmisores escondidos en
objetos tan cotidianos como un paquete de tabaco o un pintalabios. En la
segunda mitad del siglo XX, surgió la mayor red de espionaje y análisis de la
historia, Echelon. Un sistema que utiliza 120 satélites y puede rastrear más de
tres mil millones de mensajes por día, entre comunicaciones de gobiernos,
empresas y ciudadanos. Nada se escapa de su control, desde mensajes de radio y
satélite, hasta llamadas de teléfono, pasando por faxes y correos electrónicos
de casi todo el mundo.
Una vez rastreada la información, los mensajes son
analizados y clasificados para servir a los intereses de una alianza de
inteligencia militar formada por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia
y Nueva Zelanda. En 2000, el exdirector de la CIA, James Woolsey, reconoció que
EE.UU. recogía en secreto informaciones de empresas europeas “solo cuando éstas
violaban sanciones de la ONU (Organización de Naciones Unidas) contra
determinados países o comerciaban con países en la lista negra de Washington”.
La lista incluye nombres emblemáticos como Bradley Manning, el soldado que
filtró a WikiLeaks cientos de miles de correos electrónicos diplomáticos y
otros materiales relevantes a las invasiones a Irak y Afganistán, hasta Daniel
Ellsberg, el primer agente enjuiciado por entregar a los medios documentos del
Pentágono sobre la guerra en Vietnam. También hay figuras poco recordadas o
desconocidas. La mayoría de éstas últimas fueron acusadas y procesadas por el
gobierno de Barack Obama. Manning lleva más de tres años encarcelado esperando
un juicio -recientemente iniciado- por haber pasado miles de cables
diplomáticos. El material incluye un vídeo tomado desde un helicóptero Apache
estadounidense disparando contra civiles en Irak, entre los que estaba un
periodista de la agencia Reuters, mientras los pilotos se jactaban de su
puntería.
Manning ya se declaró culpable de diez de los 22 cargos que
se le imputan, entre ellos divulgar información clasificada sin autorización,
que le representan por lo menos 16 años de cárcel aunque rechazó la imputación
más grave, la de asistir al enemigo.
Por su parte, Daniel Ellsberg era un analista militar que le entregó
al diario The New York Times y a otras publicaciones documentos que
revelaban cómo el público había sido engañado con respecto a la guerra de
Vietnam.
El gobierno de Richard Nixon intentó por varios medios de
suprimir la publicación de los papeles en el diario neoyorquino, pero la Corte
Suprema de Justicia dio permiso para hacerlo. Aunque Ellsberg no estaba
mencionado como la fuente, el analista despareció de vista pocos días después a
sabiendas de que la evidencia lo delataría.
No comments:
Post a Comment