Sunday, July 14, 2013

El espionaje de todos los días Guillermo García Machado

El espionaje de todos los días
Guillermo García Machado
Rasgarse las vestiduras por las consecuencias de una develación en el mundo del espionaje nos parece una simple banalidad. La misma historia se ocupa de ello, en 1862, Lincoln autorizó el control sobre la infraestructura del telégrafo americano y delegó a su secretario de guerra, Edwin Stanton, para que controlara las informaciones transmitidas por esa vía. Stanton utilizó ese “poder” para invadir la privacidad de los ciudadanos estadounidenses, detener a periodistas e, incluso, decidir que mensajes podían ser enviados o no. A pesar de las enormes diferencias en el alcance y la tecnología, el ejemplo de Lincoln sentó las bases para la configuración de una red dedicada a la intromisión por parte de Estados Unidos hacia algunos países de América Latina y Europa. No cabe duda de que, a medida que la ciencia avanzó, los métodos de los espías también, hasta el punto en el que muchos avances tecnológicos surgieron gracias al desarrollo de la industria del espionaje. En ese contexto, en la década de los 30, comenzaron a usarse cámaras ocultas de miniatura. En los 50, sistemas de escucha conectados a la cintura, con una pequeña batería sujeta en la pierna. Y en los 60, transmisores escondidos en objetos tan cotidianos como un paquete de tabaco o un pintalabios. En la segunda mitad del siglo XX, surgió la mayor red de espionaje y análisis de la historia, Echelon. Un sistema que utiliza 120 satélites y puede rastrear más de tres mil millones de mensajes por día, entre comunicaciones de gobiernos, empresas y ciudadanos. Nada se escapa de su control, desde mensajes de radio y satélite, hasta llamadas de teléfono, pasando por faxes y correos electrónicos de casi todo el mundo.
Una vez rastreada la información, los mensajes son analizados y clasificados para servir a los intereses de una alianza de inteligencia militar formada por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. En 2000, el exdirector de la CIA, James Woolsey, reconoció que EE.UU. recogía en secreto informaciones de empresas europeas “solo cuando éstas violaban sanciones de la ONU (Organización de Naciones Unidas) contra determinados países o comerciaban con países en la lista negra de Washington”. La lista incluye nombres emblemáticos como Bradley Manning, el soldado que filtró a WikiLeaks cientos de miles de correos electrónicos diplomáticos y otros materiales relevantes a las invasiones a Irak y Afganistán, hasta Daniel Ellsberg, el primer agente enjuiciado por entregar a los medios documentos del Pentágono sobre la guerra en Vietnam. También hay figuras poco recordadas o desconocidas. La mayoría de éstas últimas fueron acusadas y procesadas por el gobierno de Barack Obama. Manning lleva más de tres años encarcelado esperando un juicio -recientemente iniciado- por haber pasado miles de cables diplomáticos. El material incluye un vídeo tomado desde un helicóptero Apache estadounidense disparando contra civiles en Irak, entre los que estaba un periodista de la agencia Reuters, mientras los pilotos se jactaban de su puntería.
Manning ya se declaró culpable de diez de los 22 cargos que se le imputan, entre ellos divulgar información clasificada sin autorización, que le representan por lo menos 16 años de cárcel aunque rechazó la imputación más grave, la de asistir al enemigo.
Por su parte, Daniel Ellsberg era un analista militar que le entregó al diario The New York Times y a otras publicaciones documentos que revelaban cómo el público había sido engañado con respecto a la guerra de Vietnam.

El gobierno de Richard Nixon intentó por varios medios de suprimir la publicación de los papeles en el diario neoyorquino, pero la Corte Suprema de Justicia dio permiso para hacerlo. Aunque Ellsberg no estaba mencionado como la fuente, el analista despareció de vista pocos días después a sabiendas de que la evidencia lo delataría.

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