ICONOCLASTA
Guillermo García Machado
El griego
bizantino eikonoklástēs, que puede traducirse como “rompedor de imágenes”, llegó al latín
tardío como iconoclastes. Ese es el antecedente etimológico
inmediato de iconoclasta,
término que en nuestra lengua tiene
dos grandes acepciones.
De acuerdo al
diccionario de la Real Academia Española (RAE), se calificaba como iconoclasta a aquel que, en
el siglo VIII, formaba parte de
un movimiento que rechazaba las imágenes
sagradas, destruyéndolas, persiguiendo su culto y atacando a
las personas que las veneraban. Por extensión, un iconoclasta es quien no reconoce la autoridad de normas, guías o maestros.
Fue el
emperador bizantino León III quien
impulsó la iconoclasia en el siglo VIII.
A través de diversas leyes, fomentó la
llamada revolución iconoclasta para
acabar con el culto a las imágenes y así lograr lo que él entendía como una
mejora en la moral pública. Sin embargo, esta decisión le provocó
enfrentamientos con distintos papas y motivó revueltas populares.
Por lo tanto,
en el primer sentido mencionado por la RAE que
deriva de esta corriente fomentada por León
III, un iconoclasta es un individuo que pretende arruinar y
eliminar las esculturas y las pinturas sagradas. Se trata de personas con la
actitud opuesta a los iconódulos,
que veneran imágenes.
De ahí que en
pleno Imperio Bizantino se produjera lo que se conoce como crisis iconoclasta
que enfrentó a los iconoclastas, amparados por las medidas impuestas por León
III, y los también mencionados iconódulos, que venían a dejar patente la
oposición a las peticiones de aquel monarca.
Desde ese
momento, la sociedad, la política y los ciudadanos de a pie se vieron
enfrentados por esa cuestión.
Así, los iconoclastas, por un lado, defendían su postura argumentando que la
idolatría era un pecado grave o que la representación de Dios era una
profanación. Frente a ellos los iconódulos manifestaban que las imágenes sanas
lo único a lo que contribuían era a poder cumplir con los objetivos
confesionales de una forma pura y sana.
Esa crisis se
acentuó con la muerte de León III pues su hijo, Constantino V, acentuó las
medidas impuestas por su padre en materia de imágenes religiosas lo que le
llevó, entre otras cosas, a tener que hacerle frente a una rebelión en contra
de los que opinaban todo lo contrario a él en ese sentido.
No obstante, no se amilanó y llegó a convocar el llamado Concilio de Hieria,
que estableció la condena de la iconoludia al ser considerada una idolatría.
Los sucesores
de aquel, en mayor o menor medida, mantuvieron la iconoclasia hasta que durante
la regencia de Constantino VI se llevó a cabo un concilio, el de Nicea, que
acabó con aquella de forma firme y se abogó por la conocida como política de
iconodulia.
La iconoclasia
varía según cada religión. Los
católicos, por ejemplo, veneran imágenes ya que no se adoran las
representaciones en sí mismas, sino lo que representan. Los musulmanes, en
cambio, son iconoclastas: no aceptan representaciones del profeta Mahoma ni permiten que haya figuras
representando personas en las mezquitas.
Iconoclasta
también es quien no respeta líderes,
estatutos o códigos aceptados por la mayoría. “Lisa,
la iconoclasta”, en este marco, es el título en español de un capítulo de la séptima temporada
de Los Simpson donde Lisa se niega a venerar al
prócer Jeremías Springfield al
descubrir su lado oscuro.
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