POPULISMO
Guillermo García Machado
Populismo es un término que no forma
parte del diccionario de la Real Academia Española) pero que, sin embargo, es de
utilización muy frecuente en la lengua castellana.
Se trata de un concepto político que permite hacer referencia
a los movimientos que rechazan a los partidos
políticos tradicionales y que se muestran, ya sea en la
práctica efectiva o en los discursos, combativos frente a las clases
dominantes.
El populismo apela al pueblo para construir su poder, entendiendo al pueblo como las
clases sociales bajas y sin privilegios económicos o políticos. Suele basar su
estructura en la denuncia constante de los males que encarnan las clases
privilegiadas. Los líderes populistas, por lo tanto, se presentan como
redentores de los humildes.
El término populismo tiene
sentido peyorativo, ya que hace referencia a las
medidas políticas que no buscan el bienestar o el progreso de un país, sino que tratan de conseguir la
aceptación de los votantes sin importar las consecuencias. Por ejemplo: “Sancionar
a las empresas norteamericanas es una decisión propia del populismo, que tiene
consecuencias nefastas desde el punto de vista económico”, “El
populismo de izquierda ha ahuyentado las inversiones y sumido a la población en
la pobreza”, “Quienes nos acusan de populismo son
aquéllos que gozaron durante años de ganancias inmensas a costa de la pobreza
del resto de la sociedad”.
Cuando la noción de populismo se
utiliza de manera positiva, se califica a estos movimientos como propuestas que
buscan construir el poder a partir de la participación popular y de la inclusión social.
Se sabe que los grupos populistas
no conforman un conjunto homogéneo, sino que muestran ciertas diferencias
notables en cuestiones políticas y económicas. Por otro lado, tienen muchos
puntos en común que los opone a quienes no participan de su ideología, la cual
se basa principalmente en la promoción forzosa del consumo y la distribución.
En los años 70 y 80, no hubo experiencia populista regional que no
atravesara cuatro fases bien diferenciadas: el éxito al inicio,
los desbalances, la aceleración de los mismo y, por último,
el ajuste.
En la primera de ellas no importa
el proceder, ya que todo parece funcionar. Aumenta el empleo y
el salario real, el efecto de la inflación parece desvanecerse y las políticas
de tipo fiscal y monetario expansivo ven una reactivación. Se trata de momentos
históricos en los cuales un país cree haber encontrado el modelo económico que
realmente funciona para su pueblo, la revolución que todos estaban esperando y
que cambiará para siempre su calidad de vida.
Pero todo esto tiene sus consecuencias.
Es luego de esta etapa inicial que aparecen los desbalances: aumenta
con más fuerza la tasa de inflación, crecen las deudas, aparecen los conocidos
cuellos de botella externos (disminuye o se estanca el volumen de exportación
pero aumenta el de importación) y se ve la caída de las reservas
internacionales. Frente a dicha situación, el accionar del gobierno suele girar
en torno a controlar los precios y los cambios, lo cual acarrea
una inflación reprimida, entre otros males.
Seguidamente, en la aceleración de
desbalances, crece violento el déficit fiscal y la necesaria emisión
monetaria para su financiación, aumenta la falta de divisas a pesar de
controlar los cambios (con la consiguiente devaluación de la moneda), comienza
la caída de la demanda de dinero, empeora la inestabilidad de la inflación y
disminuye el salario real, para citar algunas de las terribles consecuencias de
la fase anterior.
Por último, el ajuste intenta
rearmar el país, como si de un gran rompecabezas se tratara. Cabe mencionar que
este proceso toma unos cuantos años y cada paso es el resultado de
decisiones tomadas fríamente, a sabiendas de los riesgos que acarrean. El mundo
actual hace que la duración y el impacto de cada una de las fases varíe con
respecto a lo que nos enseña la historia de unas cuantas décadas atrás, pero el
cuadro final es siempre el mismo.
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