Verborragia
Guillermo
García Machado
La idea de verborragia refiere a la abundancia de términos y
conceptos pronunciados al hablar. El concepto se vincula, de
este modo, a la verbosidad desmedida. Por ejemplo: “El
gobernador volvió a mostrar su verborragia al realizar un discurso de cuatro
horas”, “Mi yerno no se caracteriza por
la verborragia, pero es un buen muchacho”, “La
verborragia de la niña sorprendió al jurado”. Una persona verborrágica, por lo tanto, habla
mucho. Tiene tendencia a iniciar conversaciones y
a responder con múltiples detalles, a diferencia de aquellos que son parcos o
callados. Los individuos que evidencian su verborragia en charlas suelen
compartir todos sus pensamientos, brindar información personal y realizar toda
clase de preguntas a su interlocutor.
Supongamos
que una mujer le pregunta a una vecina cómo se encuentra. La interlocutora
demuestra su verborragia al instante: “La verdad es que ando muy
bien, ¡gracias por preguntar! Por suerte pude curarme de un malestar que tenía
desde hacía unas semanas: el médico me recetó un antibiótico y, todo
solucionado. Además, estoy contenta porque mi hijo
acaba de recibirse… ¡ya es abogado! Seguro que se convertirá en un gran
profesional. Esta noche cenaremos todos juntos en mi casa, para celebrar. Voy a
preparar fideos caseros”. Como se puede apreciar, la mujer podría
haberse limitado a responder “Estoy muy bien, gracias”,
pero optó por brindar distintos datos a su vecina. En muchos ámbitos, la
verborragia es una cualidad apreciada. Un conductor de televisión y
un vendedor deben
ser verborrágicos para realizar su trabajo con éxito. Un bibliotecario, en
cambio, posiblemente tenga que limitar su verborragia para cumplir su actividad
laboral de manera eficiente.
La
verborragia a menudo se confunde con la elocuencia, aunque existen claras
diferencias entre ambos: la elocuencia se define como la habilidad de hablar o
escribir con eficacia para persuadir, conmover o deleitar a
los interlocutores. Si bien tanto la verborragia como la elocuencia dependen en
parte de una especial predisposición natural para la comunicación oral,
algo que muy pocas personas tienen en cada grupo social, esta última también
exige un cierto nivel de conocimientos de la lengua: para expresarse con eficacia a
la hora de hablar o escribir es necesario contar con un gran vocabulario, así
como con ciertas herramientas gramaticales y semánticas, de manera que sea
posible utilizar las palabras para elaborar discursos ricos y variados. Por
esta razón, es más común la verborragia que la elocuencia, aunque
ambas se encuentren estrechamente conectadas. De hecho, comparten aspectos positivos y negativos, tanto desde el
punto de vista del sujeto que evidencia dichas características como de su
audiencia.
Las
personas que hablan mucho son necesarias para romper el hielo y ayudar a los más tímidos a abrirse y comunicarse, pero también
pueden llegar a aturdir a los demás si no saben medirse; del mismo modo, si
bien muchos admiran a aquéllos que pueden expresarse con soltura, también hay
quienes los envidian.
Pero,
sin importar cuál sea la reacción o la opinión del entorno, la verborragia no se aprende,
sino que se nace con ella,
y no puede evitarse: es como la simpatía o la antipatía, la gracia o la falta
de chispa. Por mucho que alguien se esfuerce en criticar a una persona
verborrágica, ésta no cambiará, ya que probablemente no pueda —o quiera— expresarse de otra forma.
Del
otro extremo, los individuos que nunca encuentran las palabras adecuadas al
conversar también pueden atraer comentarios negativos, aunque no hayan escogido
esta dificultad. Así como la verborragia no evidencia necesariamente una riqueza lingüística, la torpeza al hablar no
siempre se relaciona con los verdaderos conocimientos del emisor: de hecho,
muchos de los grandes escritores “permiten” que su introversión se cuele en sus
presentaciones públicas, y hablan con una riqueza muy inferior a la que usan en
sus obras.
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