La verdad bien dicha
Guillermo García Machado
Muy a propósito de la interrelación de un gobierno con su
pueblo, traemos a colación un slogan de los años cincuenta (50) donde se ponía
de manifiesto que en el mensaje publicitario - la verdad bien dicha- estaba
implícita la verdad y su mejor oportunidad para expresarla, a través de los
diferentes medios de comunicación de la época, especialmente, la incipiente
televisión. Nos llama la atención que las propuestas políticas siempre se hacen
– ab initio- durante la campaña electoral, todo ello bajo el rubro de las
promesas electorales, siendo que los adeptos se ganan en la medida que el
candidato a gobernante se haga más atractivo por lo insinuante de sus
propuestas o promesas electorales. Obviamente que el candidato ganador, es
decir, quien ejerce el poder gracias al mandato del pueblo le toca poner en
marcha su plan de gobierno y ejecutar al pie de la letra cada una de las
promesas electorales, las cuales, siempre contienen los correctivos necesarios
para corregir las deficiencias del gobernante que estuviera de turno a la época
de la confrontación electoral. La democracia latinoamericana tiene casi siempre
un ministerio o secretaría encargada de oficializar la información de todos los
logros gubernamentales, con el loable propósito de convencer al pueblo que todo
marcha sobre rieles y el gobierno en ejercicio ha superado las expectativas en
cuanto a hechos y logros que benefician a la comunidad en general. Obviamente
que los gobernantes exitosos o simplemente aquellos que convenzan por sus
logros y éxitos, tendrán la oportunidad de mantener el apoyo permanente del
electorado, quien le corresponderá eventualmente imponer el voto castigo cuando
las cosas no marchen adecuadamente o simplemente prevalezca la mentira en el
mensaje oficial acerca de los logros y metas alcanzadas. El pueblo que recibe
las directrices de sus gobernantes suelen ser tolerantes y muchas veces
extra-pacientes en la espera de recibir los beneficios de una gestión política
administrativa determinada, no obstante, cuando ello no se produce en el
terreno de la realidad surge la frustración colectiva y las distintas
manifestaciones de inconformidad y por ende las distintas formas de plantear
esa disconformidad en forma pública hasta llegar a la violencia, la cual puede
dentro del marco legal quedar plenamente legitimada. Al gobernante serio no le
queda otra que decir la verdad de buena manera, aun cuando la misma ponga en
evidencia su fracaso como dirigente en ejercicio del noble mandato que le otorgara
el pueblo. De lo contrario no nos queda otra que catalogar a ese tipo de
mandatario, aquel que mancilla la verdad, la oculta o la altera como un vulgar
mentiroso, inescrupuloso, ignorante y farsante. La verdad bien dicha le
proporciona al gobernante crear un ambiente de estabilidad social y política lo
suficientemente confiable como para poder superar cualquier signo de
inestabilidad, teniendo por norte la justicia en la mejor de sus acepciones:
“Darle a cada uno lo que es suyo” (Justiniano). Han sido muchos los intentos de
desmejorar la verdad con mensajes donde privan planteamientos ideológicos que
hacen de la fe ciega el mayor bloqueo a la capacidad humana para discernir y
descubrir con sinceridad y dignidad lo que realmente acontece en su entorno individual
y mucho más allá en su entorno colectivo, evitando aquella práctica hitleriana
de abusar de la mentira, bajo el pretexto malvado, que la misma, cuando se
repite se llega a convertir en verdad, así las cosas, ni es verdad, ni está
bien dicha, y de ahí que nuestro mensaje siempre estará muy cerca de aquellos
principios democráticos que le permita a nuestra sociedad convivir en forma
pacífica, descartando de antemano cualquier subterfugio electorero.
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