Celebrando el Día de la Madre
Guillermo García Machado
Acostumbrados a la trascendencia del matriarcado en
la evolución del mundo, debemos acotar, gracias a la información de nuestros
amigos internautas, que las celebraciones por el día de la madre se iniciaron
en la Grecia antigua, en las festividades en honor a Rhea, la madre de Jupiter,
Neptuno y Plutón. El origen del actual Día de la Madre se remonta al siglo
XVII, en Inglaterra. En ese tiempo, debido a la pobreza, una forma de trabajar
era emplearse en las grandes casas o palacios, donde también se daba techo y
comida. Un domingo del año, denominado «Domingo de la Madre», a los siervos y
empleados se les daba el día libre para que fueran a visitar a sus madres, y se
les permitía hornear un pastel (conocido como «tarta de madres») para llevarlo
como regalo. Esta celebración se desarrollaba colectivamente, en bosques y
praderas. Aunque algunos colonos ingleses en América conservaron la tradición
del británico Domingo de las Madres, en Estados Unidos la primera celebración
pública del Día de la Madre se realizó en el otoño de 1872, en Boston, por
iniciativa de la escritora Julia Ward Howe (creadora del «Himno a la
república»). Organizó una gran manifestación pacífica y una celebración
religiosa, invitando a todas las madres de familia que resultaron víctimas de
la guerra por ceder a sus hijos para la milicia. Tras varias fiestas
bostonianas organizadas por Ward Howe, ese pacifista Día de la Madre cayó en el
olvido. Fue hasta la primavera de 1907, en Grafton, al oeste de Virginia,
cuando se reinstauró con nueva fuerza el Día de la Madre en Estados Unidos,
siendo Ana Jarvis, ama de casa, quien comenzó una campaña a escala nacional
para establecer un día dedicado íntegramente a las madres estadounidenses. Luego
de la muerte de su madre en 1905, Jarvis decidió escribir a maestros,
religiosos, políticos, abogados y otras personalidades para que la apoyaran en
su proyecto de celebrar el Día de la Madre, en el aniversario de la muerte de
su propia progenitora, el segundo domingo de mayo. Tuvo muchas respuestas, y en
1910 esta fecha ya era celebrada en casi todo Estados Unidos. En 1914, el
Presidente Woodrow Wilson firmó la proclamación del Día de la Madre como fiesta
nacional, que debía ser celebrada el segundo domingo del mes de mayo. La
primera celebración oficial tuvo lugar un día 10 de mayo, por lo que este día
fue adoptado por muchos otros países del mundo como la fecha del «Día de las
Madres». En México, los aztecas ya honraban la maternidad. Honrar la maternidad
también fue característica de las culturas que poblaron Mesoamérica antes de la
Conquista. Una de ellas, la azteca, rendía culto a la madre de su dios Huitzilopochtli,
la diosa Coyolxauhqui o Maztli, que según era representada por la luna. La
mitología cuenta que durante la creación del mundo fue muerta a manos de las
estrellas, que celosas, le quitaron la vida para que no diera a luz a su hijo
Huitzilopochtli, quien representaba al sol, sin embargo, éste sí pudo nacer,
venciendo a las tinieblas. Los indígenas rendían especial tributo a esta diosa
y dedicaron a ella hermosas esculturas en oro y plata, que no sólo revelan
profundo sentido artístico sino la importancia tan grande que ellos concedían a
la maternidad. El más representativo de
estos rituales era el celebrado a mediados de la primavera, en el cerro del
Tepeyac, con el fin de honrar a la madre de los dioses, Tonantzin, cuyo nombre
significa «nuestra madre venerable». Los festejos a la maternidad entre los
aztecas eran de carácter sacro. Peregrinar desde distintos puntos del antiguo
México para honrar a Tonatzin, era un acto de comunión cósmica y una ceremonia
de reconocimiento a la propia madre. Tonatzin, como dice la historiadora
Bibiana Dueñas, «era “la Madrecita”, y tenía por mayor atributo la vida; ella
la daba. De allí su importancia y su fuerza más grande. Era el elemento vital
de la sangre y, por lo tanto, también la guerra y la muerte eran sus
atributos». En las fiestas se le invocaba como «madre de las divinidades, de
los rostros y los corazones humanos». Tonatzin aparecía muchas veces, según
cuentan, como una señora vestida elegantemente de blanco; de noche gritaba y
pregonaba. También cuentan que traía una cuna a cuestas, como quien trae a su
hijo en ella; iba al mercado y se acomodaba entre las otras mujeres; más tarde
desaparecía, abandonando la cuna por ahí. Cuando las otras mujeres advertían la
cuna estaba olvidada, se asomaban a ella y encontraban un pedernal, con el cual
se hacían sacrificios en su honor.
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