El final del Estalinismo
Guillermo García Machado
La caída de la Unión Soviética y de los
regímenes estalinistas de Europa Oriental hace poco más de una década atrás
transformó el panorama mundial. Puso dramático fin al período de la Guerra Fría
y suscitó gran regodeo sobre el “fin de la historia” y el triunfo del
capitalismo dentro de un “Nuevo Orden Mundial”. Legitimó el concepto neoliberal
de libre mercado, el que, por consiguiente, fue impuesto en todos los antiguos
estados estalinistas. Esto trajo consecuencias , las que fueron calificadas
como un desastre económico, no sólo en esos estados, sino también en casi todo
el resto del mundo. El colapso también desorientó a toda la extrema izquierda
internacional, organizaciones y activistas que se consideraban de la clase
trabajadora revolucionaria. Muchos izquierdistas estaban casados con teorías y
creencias que consideraban a la Unión Soviética como un estado socialista o un
estado obrero; por esto, a su manera de ver, la caída de la Unión Soviética
representó una derrota de gran importancia también para el marxismo. Otros, que
reconocieron a los regímenes estalinistas como contrarrevolucionarios, también
se desmoralizaron porque por varios años después la audiencia para las ideas
socialistas entre la clase trabajadora se redujo significativamente como
consecuencia del impacto del colapso estalinista. Pero ahora que la creciente
agitación económica en Estados Unidos y otros estados imperialistas está
cuestionando el triunfo del capitalismo, está reviviendo una apertura a las
ideas socialistas en la clase trabajadora. Eso significa que una renovación del
entendimiento del estalinismo es de vital importancia. Por que es imposible
entender al mundo actual sin entender el papel que desempeñó el estalinismo,
tanto en su aspecto deformado de explotación capitalista, como en su apoyo
crucial a la estabilidad del capitalismo a escala mundial. El estalinismo nos
dejó como legado dos males: la resurrección del capitalismo de su agonía en la
década de 1930 y la destrucción de la conciencia de la clase trabajadora a la
alternativa proletaria frente al capitalismo. Hoy día, contradicciones que
traen a la memoria aquéllas que causaron la caída del estalinismo, están
socavando la estabilidad del capitalismo como entidad. Además, las falsas
soluciones propuestas por la extrema izquierda frente a la crisis del
estalinismo están nuevamente siendo presentadas como la respuesta de la clase
trabajadora a la creciente crisis del imperialismo. Por todas estas razones,
hemos vuelto a considerar los debates sobre el carácter de clase y la caída de
las sociedades seudo socialistas creadas bajo el gobierno estalinista. León Trotsky, el máximo oponente comunista a la
traición estalinista de la revolución, desafió el dogma de Stalin con su análisis
de que había ocurrido una contrarrevolución política: el estado
obrero no había sido eliminado pero no estaba avanzando hacia el socialismo,
sino que estaba retrocediendo hacia el capitalismo. La URSS bajo la burocracia
de Stalin se había convertido en un “estado obrero degenerado”: había eliminado
en su totalidad a la clase trabajadora del ejercicio real del poder en el
estado, debilitado sus logros revolucionarios y estaba en camino de restaurar
al gobierno capitalista. Trotsky denominó a la continua contrarrevolución “una
guerra civil preventiva” en contra del proletariado, pero no llegó a nuestra
conclusión de que la contrarrevolución social había sido completada, o sea que la
naturaleza del estado había cambiado de una proletaria (si bien degenerada) a
una capitalista. Un punto clave de esta cuestión que ellos no
entendieron es que las formas capitalistas son inherentes dentro de un estado
obrero. Marx y Lenin enfatizaron que un estado obrero no es todavía el
socialismo, sino una etapa de transición hacia él; es un "estado burgués
sin burguesía". Por esto la URSS al comienzo fue un campo de batalla entre
las leyes de movimiento del capitalismo que operaban ciega y anárquicamente
(resumidas en la ley del valor) y una conciente dirección proletaria. Las tres
fórmulas que dominaban entre los autoproclamados trotskistas -- estado obrero
deformado, colectivismo burocrático y el capitalismo de estado de Cliff -- eran
en verdad variantes de una teoría común. Todas negaban la centralidad de la ley
del valor bajo el estalinismo porque consideraban que el valor estaba
determinado por el intercambio en el mercado, no por la explotación de la
producción de los trabajadores. Las tres fórmulas mantenían que el único
regulador económico era la supuestamente planificación consciente de las
burocracias gobernantes.
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