Luego de la Pandemia
Guillermo García Machado
Un virus desconocido, de origen
animal, con mayor letalidad que la gripe común, provoca una pandemia capaz de
alterar por completo la vida mundial. Hoy, el mundo corre desesperadamente por
detrás del coronavirus, en lugar de haberse alistado para anticiparlo. ¿Era
fácil hacerlo? Taiwán, Corea del Sur, Singapur, los países que más eficazmente
contienen el virus, aprendieron luego de experiencias traumáticas con otras
epidemias, un antecedente que no todos comparten. Esos países reorientaron
recursos, rehicieron sus áreas de investigaciones de enfermedades, adaptaron
planes de contingencia de emergencia, aumentaron su personal y pusieron la
tecnología al servicio de la ciencia para detener cualquier virus antes de que
estalle.
El resto del planeta, mientras
tanto, se concentraba en otras amenazas, también urgentes: la guerra comercial
entre Estados Unidos y China, la desaceleración económica global, la
desigualdad, los nacionalismos, las oleadas migratorias. En el caso argentino,
las grietas y la permanente crisis económica. Y, de tan enfocado que estaba en
esos dramas, el mundo dejó pasar la advertencia que prenunciaba la llegada de
un mal capaz de empeorar todos y cada uno de esos problemas y de exponer
nuestras mayores vulnerabilidades. Hoy el desafío es detener al virus. Porque,
una vez acabada la pandemia, quedará otra amenaza sobre la cual suenan y suenan
las alarmas: el cambio climático. Y ya nos dimos cuenta a la fuerza de qué
sucede cuando ignoramos las advertencias de la ciencia.
En América Latina: Si el presidente
Alberto Fernández logró alinearse con la oposición para imponer la cuarentena,
en Brasil, Jair Bolsonaro se dedica a dudar del virus y a pelearse con los
gobernadores, nerviosos por lo que creen es la inacción del presidente. Si la
globalización pierde popularidad en la era del coronavirus, el Estado gana en
aprobación. De izquierda o de derecha, defensores de la austeridad o del gasto
público generoso, la mayor parte de los gobiernos del mundo se lanzó a salvar
la salud, la economía, los sectores desprotegidos, las empresas, con un nivel
de intervención propio de tiempos de guerra. Renace la idea del Estado Social y
benefactor.
El brazo del Estado está activo en
todos lados: en las calles, con el riguroso control del confinamiento; en las
fronteras, con la militarización; en la política monetaria, con el intenso
protagonismo de los bancos centrales; en la economía, con paquetes de rescate y
estímulo inéditos.
Cuando el coronavirus se haya
diluido, los Estados confrontarán otro desafío igual de extendido y dañino: el
terremoto económico que deja la pandemia. La última vez que los Estados
intervinieron tanto para evitar el colapso económico fue en la crisis
financiera de 2008. Se pusieron de acuerdo y lo lograron. Tras casi un año de
recesión global, la recuperación llegó y a fines de 2009 la economía empezó a
crecer. Hoy los especialistas creen que la economía mostrará su resiliencia
nuevamente y comenzará a renacer una vez que las sociedades salgan a la calle y
vuelvan a consumir, motorizadas por el increíble estímulo económico de los
gobiernos. La crisis de 2008 no fue el cataclismo que se preveía, pero tuvo un
legado que aún hoy resuena en todos los países: la desigualdad creció. La
pandemia deja al descubierto y potencia esa brecha entre países ricos y pobres
o entre ciudadanos con buen acceso a la salud y aquellos que no lo tienen. Una
razón más para activar, pasado el coronavirus, la memoria global y no repetir
errores. Por último, tenemos la gran oportunidad de reencontrarnos con el
Todopoderoso y proyectar el valor de la Sabiduría.
No comments:
Post a Comment