Radicalización
Guillermo García Machado
La Real Academia Española (RAE) no reconoce
el término radicalización,
aunque su uso es habitual en nuestra lengua. El diccionario sí acepta la idea
de radicalizar, que consiste en hacer que una postura, un
modo, una actitud o una conducta se
vuelvan más radicales. En
este punto, hay que decir que una de las acepciones de radical refiere
a aquello que es intransigente o extremista. Por lo tanto, la radicalización de una
persona o de un movimiento sería el proceso que lleva a una mayor
intransigencia o fanatismo.
A
medida que se produce la radicalización de un individuo o de un grupo, disminuye el diálogo o las posibilidades de alcanzar
un acuerdo. Una persona radicalizada sólo
estará interesada en imponer sus ideas, sin importarle las
consecuencias o sin aceptar las disidencias.
Por
ejemplo: “Me preocupa la radicalización de estos jóvenes que no acatan las
órdenes de ninguna autoridad”, “La radicalización del partido político lo terminó convirtiendo en un
grupo guerrillero”, “No voy a aceptar la radicalización de la lucha, sino todo lo
contrario: pretendo que encontremos puntos en común para resolver los
conflictos en paz”.
Supongamos
que un grupo de alumnos no está conforme con las condiciones vigentes para
estudiar en una universidad. Como primera medida,
entregan un petitorio a las autoridades para pedir ciertos cambios. Ante la
falta de respuesta, los estudiantes deciden realizar una protesta en la puerta
de la universidad, con pancartas y banderas. Sin llegar a un acuerdo con las
autoridades, la radicalización del
movimiento no se detiene, sino que deciden cortar la calle, tomar la
universidad e impedir que se sigan dictando clases hasta que sus reclamos sean
atendidos. Uno de los riesgos de la radicalización de un grupo de gente es que
el opuesto responda con la misma estrategia; en otras palabras, cuando de ambos
lados existe una postura radical, disminuyen considerablemente las
probabilidades de hallar una solución. Lamentablemente, en cuestiones de
interés social, que involucran a las
masas, es muy difícil evitar este fenómeno, ya que los ideales pasan rápidamente a segundo plano, para dar lugar a los
intereses políticos y económicos.
De
forma opuesta a lo que ocurre en una disputa entre dos personas, cuando se
enfrentan grandes porciones de la sociedad entre sí, lo normal no es que se
reúnan en un espacio abierto y dialoguen con paciencia y deseos de llegar a un
acuerdo, sino que intervengan terceras partes que desean controlarlas para
satisfacer sus propios deseos de poder. Para ello, les ofrecen los
medios y los canales para el debate, aunque en realidad no les preocupen las
problemáticas planteadas, sino que buscan manipularlos a través de dichos
favores.
La
radicalización está emparentada con muchos otros fenómenos negativos, como ser
el odio y la discriminación, en cuanto a que surge de la falta de comprensión y
crece de forma desmedida, como un monstruo que adquiere un tamaño colosal y
destruye todo a su paso sin saber por qué, desconociendo su
origen y su destino. Dada la intervención de los factores
externos antes mencionados, una postura extrema puede sostenerse a pesar de
haber perdido el sentido, pero no es fácil disolverla, ya que los intereses entrelazados
no lo permiten.
Si
observamos la historia reciente del ser humano, qué mejor ejemplo de
radicalización podemos encontrar que el nazismo, por difícil que parezca usar
este término en la misma oración que “mejor”. Justamente, esta etapa nefasta,
que dio lugar al mayor crimen de la humanidad, representa un auténtico desafío
para cualquier persona que intente entender el comportamiento de nuestra
especie y nos obliga a contemplar una mirada retorcida y
tergiversada de los derechos humanos y
de las bases de la democracia.