La purga al estilo comunista
Guillermo García Machado
Muy cerca de los acontecimientos internos del partido
oficialista de Venezuela traemos a colación varias notas sobre el tema que nos
ocupa. En 1933 apareció el término “purga” en la vida política de la Unión
Soviética. Se utilizó para ponerle nombre a la expulsión de más de 400.000
miembros del Partido Comunista. En adelante, durante más de dos décadas, la
palabra sirvió para referirse a mucho más que la expulsión, pues empezaron los
arrestos, la prisión, la deportación e incluso la ejecución. Entre 1936 y 1956,
miles de miembros del Partido Comunista Soviético –además de socialistas,
anarquistas y opositores— fueron vigilados y perseguidos sistemáticamente
dentro de las instituciones del Estado donde trabajaban. Durante este período
fueron ejecutados casi todos los bolcheviques que participaron de manera
relevante en la Revolución de Octubre y en el gobierno de Lenin. Sólo Stalin
sobrevivió de la media docena de miembros del primer Politburó: cuatro fueron
ejecutados y León Trotsky fue asesinado en México en 1940. Una cifra más, antes
del relato: de 1.966 delegados que asistieron al XVII Congreso del Partido
Comunista de 1934, 1.108 fueron arrestados y casi todos murieron ejecutados o
en prisión. La necesidad de afianzar a los acólitos de Stalin en el poder, tras
la muerte de Lenin y los cuestionamientos a su liderazgo, fue más allá de la
lealtad con el líder. El Comisariado del Pueblo, mejor conocido como la
NKVD, al mando de Nikolái Yezhov, se encargó de utilizar las figuras
expiatorias del “saboteador” y el “disidente”, sumadas a las ganas de “quedar
bien” con Stalin y la eficaz excusa del sabotaje. Los juicios públicos pasaron
a ser condenas a los campos de concentración y las condenas pasaron a ser
fusilamientos. Hubo varios juicios secretos, pero hay tres que resumen la
paranoia institucionalizada del gobierno de Stalin convertida en un arma letal,
y por eso hoy son un referente histórico para entender las persecuciones dentro
de las instituciones del Estado. Todos los juicios fueron planteados como
acusaciones de conspiraciones para matar a Stalin u otros líderes, desintegrar
la URSS o devolver el capitalismo a Rusia. El primero fue en agosto de 1936 y
fue contra Lev Kámenev y Grigori Zinóviev, dos miembros destacados del Partido.
Se les acusó de planificar el controvertido asesinato de Serguéi Kírov,
coordinando a más de una docena de camaradas. Luego de casi un año de cárcel,
—donde como parte de la tortura se realizaban juicios simulados—, fueron a un
juicio público. Todos fueron ejecutados. Meses después, empezando 1937, fue el
juicio contra 17 miembros del Partido, entre quienes estaban Karl Radek y
Gregori Sokólnikov. Cuatro fueron enviados a un gulag y murieron muy pronto. El resto fue
ejecutado. En el tercer juicio, en marzo de 1938, apareció un nuevo fantasma:
un bloque de supuestos derechistas y trotskistas que según la acusación estaba
encabezado por Nikolái Bujarin. Lo más curioso de este juicio es que entre los
21 acusados estaba Génrij Yagoda, el camarada a cargo de apresar a los
funcionarios investigados al comienzo de las purgas. Todos fueron ejecutados.
Luego de la fragmentación de la URSS en 1991, se reconoció que se empleaban
métodos brutales para alcanzar las confesiones de los acosados: palizas
diarias, impedirles el sueño, mantenerlos de pie y sin comer, además de
amenazas de asesinar a sus familiares. Hay documentos que comprueban que un
hijo de Kamenev fue acusado de terrorismo sólo con la intención de hacer
confesar a su padre. Él y Zinóviev le pidieron al Politburó que protegieran su
vida y la de sus allegados a cambio de la confesión, pero igualmente fueron
fusilados. El caso de Bujarin fue distinto: solicitó protección sólo para su
familia y ninguno fue ejecutado, pero Anna Lárina —su esposa— fue enviada a un
campo de trabajos forzados, al cual sobrevivió para escribir las memorias de
ambos. Uno de los mayores vejámenes del derecho al libre ejercicio político que
convierte a La Gran Purga en un referente fue que el buró político incluso echó
mano de sus militantes más duros, quienes no se impresionaban con las torturas
tras haber pasado por la persecución zarista, a que confesaran públicamente que
estos juicios y esas ejecuciones eran necesarias para salvaguardar las
conquistas de la URSS. Aún así, luego de confesar que los excesos de Stalin
eran un mal necesario eran ejecutados, sólo que ante la opinión pública ya
ellos habían estado de acuerdo con sus propias muertes.