Burocracia sin eficacia
Guillermo García Machado
Cada vez que me reencuentro con mi país experimento un cúmulo
de sensaciones extraordinarias, producto
del calor humano de mis congéneres y de la bondad intrínseca en cada uno de sus
habitantes, pero esa realidad se convierte en espejismo cuando tenemos que
acudir a cualquier organismo público, cualquiera sea su nivel, es decir,
nacional, regional o local. Debemos advertir que el acercamiento a la
burocracia siempre cuenta con el apoyo de la tecnología, la cual nos llega por
la vía del internet, siendo así, que en
lo que espabila un cura loco, cuenta Usted con la planilla que debe llenar y
luego presentar ante el funcionario pertinente, incluso, ya se puede pedir la
cita del caso por la misma vía. Normalmente cuando se llega a la sede del organismo público, a Usted lo
atiende una persona bien educada, dentro de los parámetros de la decencia, y
cuando se trata de una dama la requerida, ésta por la generalidad cuenta a su
favor con los atributos de belleza que la misma naturaleza les ha obsequiado a
las féminas de nuestro patio. Siendo así que cualquier interfecto en esta
situación se sienta bañado en agua de rosas en aras de obtener el resultado
positivo de su gestión. Hasta ahí todo bajo control, una vez conducido por ante
el funcionario “competente”, encuentra Usted los primeros sinsabores de la
falta de aptitud y de las peores actitudes que pueda tener un ser humano para
lograr el objetivo inherente a la gestión y concederle a Usted el beneficio de
los servicios públicos que debe prestar el Estado por mandato de la Ley, muchas
veces sin costo alguno. Una vez que Usted presenta la respectiva forma, cuyo
contenido se explica por si misma, empieza el cristo a padecer y resurgen de
las cenizas las manifestaciones más crudas de la ineficiencia, quedando la
posibilidad de que a todo esto se la añada, la poco deseada arbitrariedad.
Normalmente le anuncian que las resultas serán obsequiadas al solicitante en
determinado plazo, y ahí, es donde Usted se da cuenta que nuestros funcionarios
no entienden asuntos referidos al calendario, y mucho menos saben lo que
significa en la era moderna el factor tiempo. Se multiplican las visitas al
ente burocrático y siempre habrá la cara bonita que le informe que todavía no
hay respuesta, o simplemente que el jefe está en el extranjero en una
convención de altos jerarcas, con el chance de visitar el imperio y poner su
humanidad al servicio del pato Donald o de cualquier maquina traga monedas de
Las Vegas. Mientras el jefecito viajero retorna siempre encontrará en los
pasillos de la institución en cuestión un ser humano administrando su cara de
bobo, quien además le anuncia la posibilidad de lograr con el objetivo de
marras, por la módica suma de unos cuantos bolívares, de los que llaman
fuertes, es decir, fuertemente devaluados, pudiendo ser el caso que el
interlocutor del pasillo se le podría ocurrir matar por lo sano y solicitar por
su gestión una suma determinada en moneda extranjera, preferiblemte la de color
verde, la misma que hoy obtenemos, al menos algunos privilegiados, por la vía
de la subasta pública. Entonces se multiplican las angustias, por una parte,
esperar el regreso del funcionario viajero, y por otra parte, recibir las
noticias del gestor encargado de “acelerar” el procedimiento en marcha. Pasan
los días, ni lo uno, ni lo otro ocurre y Usted mi querido amigo ingresa en la
categoría de ciudadanos mencionados por el Doctor Uslar, y no es otra que la de
pendejo.