Democracia y
Elecciones
Guillermo García
Machado
Pareciera que las
elecciones como tal no son suficientes para afirmar categóricamente que las
mismas son suficientes para asegurar la vetusta pero siempre polifacética y
perfectible democracia. La democracia moderna no podría funcionar sin los
procesos electorales. Y también las elecciones pueden convertirse eventualmente
en un instrumento para transformar un régimen no democrático en otro que sí
cubra suficientemente las características de ese modelo político. Se ha
insistido en que las elecciones en sí mismas -es decir, el acto de votar- no
tienen en realidad mucha importancia para la vida democrática de un país. Que
lo fundamental es la existencia de otras instituciones y prácticas
democráticas, como la separación de los poderes estatales (el Ejecutivo, el
legislativo y el Judicial), la existencia de una prensa libre y autónoma, el
cumplimiento de un Estado de Derecho, etc. En realidad estas condiciones, tanto
como la existencia misma de elecciones libres y equitativas, constituyen los
medios más adecuados para cumplir los fines de una democracia política. Es
decir, la elección permite, en primera instancia, poner en competencia a
distintos aspirantes a diversos cargos de elección popular, lo que, por un lado,
los incentiva a cumplir con el mandato de su electorado y a promover sus
intereses generales, para así conservar su apoyo político. Al mismo tiempo, los
gobernantes de distintos partidos se vigilarán mutuamente para detectar
irregularidades o anomalías de sus rivales, lo que eventualmente les permitirá
ganar ventaja política sobre ellos. Finalmente, como los gobernantes se saben
vigilados, y saben que su poder está condicionado por el tiempo y por su
gestión, se sentirán inhibidos para incurrir en irregularidades o
transgresiones a los límites legales que se imponen a su autoridad. Esta
concepción parte de las siguientes premisas: Que es inevitable dar cierto poder
de decisión a un individuo o grupo de individuos, ante la imposibilidad de que
una sociedad entera pueda alcanzar tales decisiones de manera unánime, adecuada
y oportuna. El liderazgo se considera inevitable en las sociedades humanas,
incluso en las más pequeñas, pues las decisiones que afectan a todos los
miembros difícilmente se pueden tomar por unanimidad o por consenso. La mayoría
de los hombres, sean ciudadanos simples o gobernantes, tienden a buscar su
propio interés y a satisfacer sus deseos y necesidades, incluso cuando para
ello tengan que pisar o soslayar el derecho y las necesidades de otros
congéneres. Desde luego, hay diferencias sustanciales en cada individuo, y hay
algunos a los que no se aplica en absoluto ese principio, pero en general se
considera que tales casos son excepcionales. Así, al investir de poder a algunos individuos
para que tomen las decisiones sociales, existe el grave riesgo de que abusen de
tales poderes para colmar sus propias ambiciones, incluso a costa de afectar
las necesidades y derechos de sus gobernados. En nuestra región los casos de
oportunismo abundan y en muchos de ellos nuestra región es la que ha pagado las
consecuencias de las improvisaciones. Hasta la fecha vemos como en Venezuela
nos montamos en un proceso electoral donde las corrientes políticas afirman
nacional e internacionalmente que estaremos en presencia de un proceso abierto
y transparente donde el organismo rector garantizará los resultados
cualesquiera ellos sean……nos preguntamos: Será verdad tanta belleza?. Mientras
ello ocurre los ojos del mundo apuntan con cautela el desenlace posible que pudiese
ocurrir el próximo 7 de Octubre. Ojala se imponga la razón y demostremos
fehacientemente que estamos dispuestos a proyectar la perfectibilidad del
concepto que genera la democracia. Sin embargo la misma sigue y seguirá siendo
la herramienta más aconsejable de que los hombres han hallado para gobernarse
civilizadamente.